Aseguran que el reír tiene una vibración alta, e impacta positivamente a nuestro sistema inmunológico, que hoy por hoy, debemos de tenerlo funcionando con toda eficiencia para enfrentar cualquier ataque por un microorganismo nocivo para nuestra salud; yo así lo creo, porque cuando río, la nube gris que nubla mi camino se despeja, además, la ciencia lo tiene bien comprobado.
Se dice que existen suficientes evidencias de que la risa es buena para adelgazar, para combatir el insomnio, para aliviar dolores corporales, entre ellos, las contracturas; incluso la risa, al mejorar algunos síntomas del trastorno depresivo como la tristeza, impacta positivamente algunas dolencias cardiovasculares, lo mismo que mejora el estrés.
Hoy me sentí muy saludable porque dos personas muy especiales para mí me hicieron reír, una de ellas fue mi madre, quien me había aplicado la ley del hielo por más de dos meses, esto debido a que disminuí la frecuencia con la que la visitaba, debido a que coincidíamos con un buen número de mis hermanos a la hora de visita y no se cumplían las disposiciones de sana distancia y del uso del cubrebocas, por lo que opté acudir a otro horario, pero ella se encontraba dormida por lo general, bueno así lo creí yo, hasta que descubrí que era una estrategia de ella para hacerme sentir su inconformidad por la medida que tomé unilateralmente; mi madre actualmente tiene 91 años y desde hace casi dos, padece de una secuela por un evento vascular cerebral, pero está muy consciente de todo lo que ocurre en su entorno, de ahí que, conociendo su manera de sancionar nuestros errores, no dudé en que me estaba castigando y eso lo comprobé hoy cuando acudía a una hora que le estaban dando la terapia de rehabilitación, que forzosamente la mantiene en estado de alerta, pero al llegar inmediatamente cerro sus ojos para aparentar estar dormida y seguir castigándome, pero después de hablarle varios minutos con mucha dulzura y no atender mis súplicas, opté por simular que ya me había dado por vencido y que al no merecer su perdón me retiraría con mucha tristeza de su vida para siempre, me acerqué al oído y le murmuré que no por eso dejaría de amarla, en eso ella empezó a reír y entonces le dije: Ya ves como tenía razón, me has estado castigando, tal y como lo hacías antes, cuando nuestro comportamiento no era de tu agrado. Su hermosa sonrisa se quedó permanentemente es sus labios, su rostro adquirió un evidente rictus de paz y yo sentí cómo mi tristeza se esfumaba y con ello regresaba mi buen estado de ánimo. Ese mismo día al llegar a nuestra casa, nos esperaba una de mis hijas, que era acompañada por mi nieta María José que actualmente tiene cinco años, la que tanto luchó antes de que empezara la prolongada cuarentena por el título de ser la nieta más consentida, y bajando el vidrio del auto, me dijo: Abuelo, ya tengo muchas ganas de venir a tu casa, te recuerdo que dejamos pendientes muchos de nuestros juegos, así es que prepárate para recibirme, y empezó a reír a carcajadas contagiándome su momentánea alegría, reforzando así mi sistema inmune, haciéndome sentir más saludable que nunca.
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