La Iglesia Católica en el ritmo de la Liturgia continúa el caminar hacia la celebración de la Pascua. Hoy celebra el quinto domingo de Cuaresma. Y el texto del Evangelio, Jn 11, 1 – 45, presenta el relato de la resurrección de Lázaro.
En este relato aparecen Marta y María y el propio Lázaro. Y Jesús que se manifiesta: “Yo soy la resurrección y la vida”.
La palabra “resurrección” evoca la esperanza judía según la cual el “último día”, una vez consumado el mundo presente, Dios devolvería a la vida a aquellos que hubiesen observado la ley. Dios recompensaría a sus fieles, dándoles todos aquellos bienes de los que no habían podido disfrutar en esta vida.
La resurrección, también en la mente de Jesús, se halla asociada a la vida: “la resurrección y la vida”, como dice el texto. La diferencia está en que dicha resurrección es la vida: resurrección y vida son términos intercambiables: se trata de la resurrección que es la vida, o de la vida que es resurrección. La vida de la que habla Jesús no es la vida presente, corregida, mejorada y aumentada. Es la misma vida de Dios, participada en la medida en que un ser humano tiene capacidad para hacerlo.
La intervención de Cristo en el terreno de la vida es la anticipación del último día. El juicio y la vida que, según la escatología tradicional, tendrían lugar al fin de los tiempos, se convierten en realidades presentes en Jesucristo.
La narración de la resurrección de Lázaro ilumina lo que ya se había dicho sobre lo que es Jesús: “La resurrección y la vida” expresan el sentido último de la misión: comunicar plenamente a los hombres la vida. Quien la acepta, quien acoge su palabra quien cree en el que lo envió ha pasado de la muerte a la vida; la gracia de la vida absorbe al rigor del juicio; el don de Dios, inseparable de él mismo, llega a ser posesión definitiva del hombre.
La unión con Jesús garantiza la vida, a pesar del trance necesario de la muerte. Lo que Jesús promete es mucho más de lo que Marta espera. Para el creyente, la muerte ha sido relativizada. Tendrá que pasar por ella, por exigencias de la misma naturaleza mortal, pero no quedará sepultada en ella: la muerte, en su aspecto de fin-destrucción-aniquilación, ha sido superada por la vida. Dios, que es la vida, no puede abandonar a los suyos en el momento supremo de la muerte; les hará participar de su vida; les introducirá en su reino, que es todo lo más opuesto al llanto, al dolor y a la muerte.
Les sigo invitando a seguir orando al Buen Padre Dios para que pronto pase esta contingencia Covid-19. Oremos por las personas de todo el mundo que han sido afectadas, por el personal sanitario que les atiende, por nosotros para que nos proteja. Pidámoslo por la intercesión de la Santísima Virgen María rezando todos los días, en familia, el Santo Rosario.
Que el amor y la esperanza en nuestro buen Padre Dios permanezca con todos ustedes.