“Dícele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; pues ¿cómo podemos saber el camino? Respóndele Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre sino por mi” (Jn 14:5-6)

¿Acaso la oscuridad del momento nos hace perder el camino? Miedo, sensación de orfandad, impotencia, es eso lo que hemos sentido ante un enemigo tan pequeño, que ha crecido tanto, al encontrar el ambiente propicio en nuestro ser y el entorno, como para multiplicarse, hasta constituir una verdadera amenaza, no sólo para nuestra vida, sino para la vida del planeta. ¿Dónde está la luz que ilumina nuestros días, la que genera alegría, que no nos permite darnos por vencidos ante la adversidad; que nos ha fortalecido desde la historia de la creación de la humanidad y no nos ha abandonado en los momentos más difíciles se nuestra existencia?

Hemos caminado desde hace tiempo en la confianza de tener a nuestro lado el amor del Padre, quien todo lo ve y todo perdona; que envía al Espíritu Santo para ayudarnos a mantener firmes en la fe, porque día a día nos permite ver la claridad de las maravillosas obras del Señor.

Cuántos de nosotros hemos menospreciado la vida, el don más preciado que Dios nos obsequió, cuánto empeño ponemos en destruirnos, en alimentar el mal que termina por hacer de nosotros nuestro peor enemigo, el mismo que se empeña en fortalecer la necedad, la egolatría, la imprudencia; el que justifica cada una de la ofensas, por creer siempre que es dueño de la verdad absoluta.

Pues bien, caerán del árbol de la vida, la hojas que tenían que terminar por caer en invierno; caerán también las hojas que menospreciaron el camino de la verdad; más no caerán aquellas, que más que tener esperanza, tuvieron la suficiente fe para aferrarse al tronco que les dio la vida, y llegará para ellos la primavera, porque conocen el camino y se dejan guiar por la luz de la palabra del Hijo del hombre.

“¿Cómo no creéis que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Creedlo a lo menos por las obras que yo hago. En verdad, en verdad os digo, que quién cree en mí, ese hará también las obras que yo hago, y las hará todavía mayores; por cuanto yo me voy al Padre. Y cuanto pidieres al Padre en mi nombre, yo lo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14:11-13)

Jesucristo señor y salvador nuestro, aclara nuestros días oscuros con la luz bendita que emana del amor que tienes por nosotros, fortalece nuestra fe, para que la llama del amor que sentimos por ti, apague el fuego del mal que amenaza nuestra vida; venga a nosotros el Espíritu Santo, para movernos en la dirección correcta, te lo pido a ti Jesús, como se lo pedimos al Padre, porque creo en ti y sé que lo harás como lo haría el Padre. Amén.

Dios bendiga a nuestra familia, a nuestra patria y al mundo entero y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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