Uno de los planteamientos que más recuerdo de Porfirio Muñoz Ledo fue cuando, en una entrevista radiofónica que le realizaron en 2009, en algún momento le preguntó el locutor sobre lo que para él eran los grandes problemas nacionales a cien años de haberse redactado la obra fundamental de Andrés Molina Enríquez “Los grandes problemas nacionales”, ante lo que él, de botepronto, reaccionando con la lucidez y sagacidad que lo caracterizaron, y pensándolo apenas unos cuantos segundos nada más, dijo algo más o menos como esto: “el mayor problema nacional que tenemos hoy en México es el de que ya tenemos Nación, pero ya no tenemos Estado”.

Ahí mostró Muñoz Ledo la profundidad de su visión política, marcada por un alcance histórico considerable y una consistente formación en Teoría del Estado, Filosofía política y Filosofía del Derecho, cultivada bajo la dirección del gran profesor de su generación en la Facultad de Derecho de la UNAM: Mario de la Cueva, y, por otro lado, de la escuela politológica y de derecho público francés, bajo la dirección intelectual de Maurice Duverger, que dirigió su tesis de postgrado cuando realizara sus estudios en Francia.

Formó parte de la llamada Generación de Medio Siglo, habiendo sido una revista homónima el principal medio de expresión de un grupo de jóvenes de la UNAM –principalmente de las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras– llamados a influir de una forma extraordinaria en la vida pública de México como Carlos Fuentes, Victor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Sergio Pitol, Salvador Elizondo o Carlos Monsiváis, que siendo 10 años menor que todos ellos, Porfirio cariñósamente lo llamaba “el menor de la generación”.

Muñoz Ledo nació en 1933, y se formó, según lo escuché decir en otro momento, en el nacionalismo revolucionario cardenista y las escuelas de Vasconcelos, con una inspiración de un profundo sentido de orgullo nacional y una creencia casi religiosa en el esfuerzo y el mérito como únicos dispositivos legítimos para el crecimiento personal y la movilidad social que hizo de él un alumno tenaz, dedicado y apasionado, y un político republicano hasta la médula atenazado por un conjunto de virtudes romanas –en el sentido antiguo de la veneración de los romanos por la política y la cosa pública– que compaginó con un temperamento difícil para disimular su afán de protagonismo público, cosa que hizo como pocos para dejarnos el testimonio de una vida fulgurante, intensa, desafiante y polémica que recordaremos todos como la de uno de los mejores tribunos que tuvo la política de México.

Para él, Nación era un concepto de tipo histórico-cultural, como una suerte de malla ideológico-política que articulaba las relaciones sociales a través de las generaciones confiriéndoles una unidad e identidad y que esto se podía comprobar, decía Muñoz Ledo, en los momentos en que se le preguntara a algún migrante en Estados Unidos sobre su origen e identidad, a lo que era muy seguro que todos te dijeran que ellos eran mexicanos.

El Estado, por otro lado, es una arquitectura de instituciones mediante la que se configura un sistema organizado de poder y decisión a través del cual se ejerce la soberanía como fuerza de gravedad fundamental de una sociedad política e histórica determinada, y eso es lo que a juicio de Muñoz Ledo, a la altura de 2009, se encontraba en una situación de descomposición y crisis orgánica a la luz tanto de la corrupción endémica de la clase dirigente, la desarticulación de la hegemonía ideológica de ésta respecto de la sociedad en general, y la ocupación de espacios de poder real y efectivo por parte de grupos del crimen organizado.

Esta es la óptica más adecuada para ponderar el significado de la Reforma del Estado de Muñoz Ledo, que vino a convertirse con el paso de los años en su proyecto histórico fundamental y su principal estandarte de lucha. Para él, el ciclo histórico de la Constitución de 1917 había agotado ya todo su contenido potencial, y la sociedad se había movido con tal dinamismo desde la crisis social e ideológica del 68 en adelante de suerte tal que la arquitectura institucional que fungía como carcaza sostenedora del Estado mexicano debía ser reorganizada de raíz.

Para Muñoz Ledo, entonces, era urgente la convocatoria de un nuevo proceso constituyente que se situara como epicentro de un proceso de revolución democrática (y de ahí la importancia de las siglas de un partido por él fundado y dirigido) iniciada a partir de una escisión del sistema político mexicano hasta entonces vigente, y que él habría de encabezar junto con el ingeniero Cárdenas y otros correligionarios o contemporáneos como Ifigenia Martínez: la Corriente Democrática como semilla del Frente Democrático Nacional y al que muy pronto habría de sumarse el hoy Presidente Andrés Manuel López Obrador.  Es en ese contexto de lucha por la apertura democrática, que Muñoz Ledo madura la idea de que no basta con contar con elecciones transparentes y pluralidad política en el Congreso, es necesario transformar y reconstruir las instituciones públicas, a lo que en su conjunto llamaría la Reforma del Estado, ya en los albores de este siglo.

Ese constituyente habría de ofrecerse a la sociedad como momento fundacional de un nuevo Estado y un nuevo orden, marcado por un profundo sentido democrático y de reconocimiento de la pluralidad social, cultural y política de México a la altura de nuestro tiempo; una pluralidad que habría de ser procesada a partir de un núcleo de poder cuya organización tendría que ser debatida –y fue ésta una de las cuestiones centrales de la postura de Muñoz Ledo– entre la opción de seguir con un modo presidencialista, o la de un nuevo modelo también presidencial pero acotado por un Poder Legislativo empoderado, que sea contrapeso tanto para el Ejecutivo como para el Judicial.

Ese nuevo modelo, habría de ser más efectivo y eficiente para fortalecer al Estado, a través de al menos lo siguiente: Incrementar la recaudación de impuestos (lo cual no implica incrementar los impuestos, sino mejorar la eficiencia con la que se recaudan, pues México recauda lo que equivale al 17% de su PIB, 3 puntos abajo del promedio de América Latina y la mitad del promedio de la OECD), lo cual apuntalaría la posición del Estado de cara a la resolución de los grandes problemas nacionales; transparentar y eficientar la operación del Poder Judicial, a fin de garantizar justicia expedita; profesionalizar y fortalecer el Poder Legislativo para que, en efecto, represente un contrapeso del Ejecutivo; crear el servicio de carrera para todos los órdenes de gobierno, con el propósito de brindar estabilidad al funcionariado público y de facilitar la resolución de los diversos problemas públicos que aquejan a los mexicanos y para los que se requiere formación, talento y más de un trienio o sexenio.

El próximo 9 de septiembre se cumplen 2 meses de la noticia del fallecimiento de Muñoz Ledo, lo que nos tomó a todos por sorpresa, sin perjuicio de que éramos todos conscientes de que estaba ya en el tramo final de su vida.  Alguien me contó que nunca quiso redactar sus memorias porque hacerlo supondría su retiro de la política. Cumplió su palabra hasta el final, pero aquí estamos, quiénes tuvimos el privilegio de trabajar con él, para hacer presente la necesaria Reforma del Estado.

Siempre lo recordaré con cariño como El Embajador, pues fue en la Embajada de México en Bruselas dónde tuve la oportunidad de conocerlo y colaborar con él por primera vez, recuerdo la grata impresión y admiración que me causó la reputación del Embajador Muñoz Ledo en el mundo diplomático, en especial, en las instituciones europeas, donde se movía con gran comodidad y confianza, lo mismo en inglés, francés o italiano.

Se fue uno de los grandes políticos de México de los últimos 50 años, el primer Presidente del Congreso en contestar, desde la oposición, un informe presidencial (1997 – Ernesto Zedillo) y, 21 años después, el primer Presidente del Congreso con mayoría de izquierda en colocar la Banda Presidencial al hoy Presidente López Obrador.  Descanse en paz querido Embajador Porfirio Muñoz Ledo.

* La autora esSecretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión