Todos los seres humanos desean en algún momento de su vida, que las situaciones malas no se prolonguen en demasía; que lleguen tiempos mejores. Esa es la esperanza y también debe ser el compromiso.

En este orden, el texto evangélico de este domingo, Lc. 1:1-4; 4:14-21, presenta a Jesucristo -bajo la acción del Espíritu Santo- inaugurando un tiempo de gracia, una etapa de buenas nuevas.

Este tiempo inaugurado por Jesucristo, se caracteriza porque el Dios de Jesús no es una divinidad castigadora, de desquite permanente o en rivalidad con los seres humanos.

Para que este tiempo sea aceptable a Dios, debe basarse en el anuncio y proclamación de buenas noticias para los más débiles; no se trata de mantener, justificar o barnizar las situaciones que se oponen al plan de Dios; es un tiempo para transformar profundamente la realidad: que los pobres reciban buenas noticias, que los cautivos sean liberados, que los ciego vean, etcétera.

En la inauguración de este nuevo tiempo, tiene una fundamental importancia la presencia del Espíritu Santo, este Espíritu genera nuevos tiempos, propicia compromisos serios y fortalece a las personas y comunidades para que adopten actitudes transformadoras.

Este tiempo fue iniciado por Jesús pero corresponde a todos los creyentes continuarlo. La propuesta de Jesús no es una solución mágica ante la realidad adversa al proyecto del Reino de Dios; sin embargo, si es una solución verdadera.

Es importante llegar al convencimiento de que la Buena Nueva, la proclamación del tiempo de gracia tiene como interlocutores a aquellos que más sufren. Los creyentes deben adquirir algún compromiso para acudir a los que más sufren, pues sólo así será posible que también “hoy” se cumpla la escritura.

Se puede orar con palabras del Salmo 18: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna. En los mandamientos del Señor hay rectitud y alegría para el corazón; son luz los preceptos del Señor para alumbrar el camino”.

Que el buen Padre Dios los llene de su amor y de su luz, y los acompañe siempre.