¿En qué piensas abuelo? Me preguntó mi nieta María José; pienso en ti, le contesté sonriendo. ¿En mí? ¿Y yo que te hice? Tú, mi amadísima  María, eres como una piedra en el zapato. ¿Una piedra? Sí, una piedra preciosa, cala tanto al dar el paso, pero al final me queda esa grata sensación de que estuviste tan cerca de mí y que por ser tan molona nunca podré olvidarte. Sabes abuelo, yo sé que te molesto un poco, pero la verdad lo hago para sentirte cerca, eres muy importante para mí.  Espero que no sólo lo sea para ganarle a tu hermano José, en ser siempre la primera en todo. No abuelo, ese es un juego entre nosotros; yo sé que también quieres mucho a mi hermano, así como a todos tus nietos, pero has de saber que todo aquello que te da felicidad no sólo debes conservarlo, debes de luchar por ello. Bueno María y de dónde sacas tantos buenos razonamientos, a tu edad yo pensaba en otras cosas, pero ahora que lo recuerdo y como bien lo dices, yo también lucho y seguiré luchando por todo lo que me hace feliz ¿y sabes por qué? Sí abuelo, porque te hace feliz, me imagino. Sí María, pero debes de saber que el ser feliz no sólo implica tener lo que deseas, ser feliz es darte a los demás, y cuando eso ocurre, una parte de ti se queda con la persona que a su vez también dejó parte de ella en ti. María se quedó pensando, tratando de comprender lo que le decía y dijo entusiasmada: ¡Ah! imagino que es como ser donador de órganos. En cierta forma sí, pero lo que tú estas donando es algo que no se puede tocar, que no se puede ver, pero si se puede sentir, algo que das y logra sanar cualquier dolor, le das parte de la esencia divina que Dios te obsequió, porque te ama tanto, le das amor y esa esencia es lo único que alimenta tu espíritu.

Mientras yo soñaba con el escenario de aquel fantástico relato, María, la María de mis tormentos, bostezando evidenció su aburrimiento, pero antes de irse a molestar a su amado hermano, me dijo: Abuelo, prométeme una cosa, nunca apartes de ti esta piedra en tu zapato, porque si un día me entero de que ya no la sientes, te pondré una piedra más grande, tanto, que no podrás caminar hasta que me hagas sentir el amor que me tienes.

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