Un buen día, cuando niño, acompañé a unos familiares a un día de campo, nos instalamos cercanos al lecho de un río, que, por cierto, ese verano no llevaba mucha agua. Para distraernos y que no nos acercáramos a la corriente, una tía nos reunió a los más pequeños y nos platicaba de lo maravillosa que era la naturaleza, y de cómo ella, durante su infancia, en sus múltiples visitas a lugares como el que nos encontrábamos, se llevaba siempre un recuerdo, de esa manera, pudo conformar una hermosa colección. Terminado el relato, nos invitó a que en menos de quince minutos buscáramos un recuerdo y se lo mostráramos; de pronto todos salimos disparados buscando algo que sobresaliera y nos llamara la atención; algunos buscaron entre los árboles y las plantas que bordeaban el río; otros, trataron de atrapar mariposas. Yo observaba cómo se esmeraban en encontrar algo realmente significativo, porque seguramente, todos queríamos llevar una muestra que sorprendiera a la tía; comprendí en un momento, que a mí me quedaban pocas opciones dónde encontrar mi recuerdo, pero después, me percaté de que estaba parado sobre una gran oportunidad, pues en el suelo, había cientos de piedras de diferente forma, tamaño y color, así es que busqué y encontré entre ellas  la que más me agradaba, y procedí a limpiarla lo más que pude, pues tenía lodo seco pegado;  poco a poco, todos regresamos al lugar de la charla y fuimos mostrándole a la tía las muestras, entre ellas, había pedazos de ramas con forma caprichosa, hojas de diferentes arbustos, varios insectos; cuando me tocó el turno, extendí la mano y le mostré lo que consideraba sería mi gran recuerdo, al percatarse de que era una piedra, exclamó: ¡Una piedra!, pero si hay cientos de ellas en los ríos, entonces le contesté: Sí pero esta piedra es muy especial, porque habiendo tantas como dice, fue la que más me llamó la atención, por eso la elegí. La tía contestó: Tienes razón, ahora que la veo bien, esta piedra es verdaderamente especial y solamente alguien muy especial pudo haberla encontrado, guárdala como el mejor tesoro que tuvieras, porque esa piedra, dice mucho de ti y algún día comprenderás mis palabras.

Ayer me encontré con aquel tesoro de mi niñez, de nuevo lo coloqué en mi mano y lo observé detenidamente, después de un par de minutos, me puse a escribir este relato y hasta entonces comprendí las palabras de mi amada tía.

“El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo” (Gustavo Adolfo Bécquer)

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