HabÃa una vez un hombre, que siendo niño, un dÃa se sintió viejo porque
nadie lo entendÃa, y si bien hablaba el mismo idioma de todos los niños, estos
no lo entendÃan, entonces el niño decidió ir en busca de los viejos para saber
si estos lo podÃan entender, mas los viejos no lo entendieron pues veÃan en él
sólo a un niño; al sentirse incomprendido, tanto por los niños como por los
viejos, decidió marcharse lejos y aislarse de la sociedad para vivir en una
caverna en lo alto de una montaña, él dijo: Seré como un monje para buscar
la verdad sobre mi identidad, viviré aislado y en silencio, tanto que pueda
llegar a escucharme a mà mismo para preguntarme quién soy en realidad, ya
que nadie me entiende, ni los niños, ni los viejos.
Y aquel hombre siendo niño, emprendió su viaje, sintiendo cómo el tiempo
pasaba por su humanidad y cuando por fin encontró el lugar perfecto para
refugiarse de la sociedad y vivir como monje o como un ermitaño, ya habÃan
pasado muchos años, sin darse cuenta que se habÃa convertido en hombre.
Una vez dentro de la caverna, el hombre que se sentÃa niño, empezó a
acondicionarla para vivir, decidiendo vivir con humildad; por eso no necesitó
muchas cosas para que su estancia fuera confortable, de cama tenÃa un
colchón de hojarascas, como estufa una hoguera, como silla y mesa unas
grandes piedras, una era redonda como una pelota y la otra plana con un
agujero en medio, como una rondana. Terminada su acogedora estancia, el
hombre salió a explorar el entorno, y encontró en aquella prodigiosa tierra,
un ojo de agua y dijo: este manantial me dará de beber un agua tan pura y
fresca que no necesitaré ni filtro, ni refrigerador, después encontró árboles
de cuyas ramas se desprendÃan exóticas frutas de vivos colores y varios
tamaños, y a su lado corrÃa el agua del manantial formando un pequeño lago,
de aguas poco profundas y cristalinas, donde se podÃa apreciar la presencia
de hermosos peces de un color plateado que expedÃan un reflejo cuando
eran tocados por los rayos del sol, y además encontró algunas especies de
crustáceos de agua dulce y dijo: éste será como mi supermercado; y para
mitigar el frÃo, tendré leña suficiente de los árboles hermanos, que ya se han
secado. Regresó a su hogar cargado de frutas y dos peces de regular tamaño
que habÃa logrado atrapar con sus manos; prendió la lumbre sacando chispas
al frotar dos piedras y acercándolas a un rollo de yerbas secas que habÃa
tomado del camino; dejó la fruta sobre la mesa, y después se dispuso a
descamar y le sacó las vÃsceras a los pescados, ensartando sus espinosos
cuerpos en dos varas que con anticipación habÃa cortado; mientras se asaban
los peses se puso a cantar una canción de niño que su madre le habÃa
enseñado, porque no conocÃa otras ya que durante el largo camino no se
encontró con ninguna persona que lo pudiera haber detenido para charlar y
asà haber aprendido algo más de lo poco que habÃa conocido del mundo
donde vivÃa.
El olor de los peces que se estaban asando salió junto con el humo por la
entrada de la caverna , lo que inesperadamente atrajo hacia la misma a un
perro flaco y desgarbado que habÃa sido abandonado a su suerte en aquel
supuesto inhóspito paraje, el animal ladraba lastimosamente en la entrada
sin atreverse a meterse a aquel lugar desconocido para él, pero era tanta su
hambre y frÃo, que agachando su cabeza y con la cola metida entre sus patas
traseras fue caminando muy despacio hasta que las llamas de la hoguera
iluminaron su triste figura, causando un sobresalto y agitación en el hombre
que aún se creÃa niño, que se creÃa monje o ermitaño. Como el perro no se
acercaba el hombre tomó un pedazo de pescado con su mano y se lo ofreció,
el animal se acercó con temor, pues su vida no habÃa sido fácil cuando
convivio en la civilización con el hombre, pero al fin su miedo fue vencido
por el hambre y comió de la mano de hombre nuevo. Después de comer se
echó a los pies de su benefactor y se dejó acariciar la cabeza, y el hombre
conmovido por la nobleza del animal le dijo, ya no te llamaras perro, te
llamarás Amigo. El frÃo fuera de la caverna era tanto, que el calor que
escapaba por su entrada, acercó a un conejo que merodeaba por el lugar, el
roedor olfateó y hasta él llegó el olor de la fruta, y poco a poco se fue
acercando a aquella hoguera que daba calor a lo que ya era un hogar para el
hombre y para su amigo. El conejo movÃa su cabeza de un lado para otro y
sus grandes ojos brillaban con el reflejo de la luz que expedÃa la hoguera ,
daba un pequeño salto hacia adelante, pero después retrocedÃa dos pasos ,
de tal manera que el hombre, viendo eso, le dijo al conejo, en adelante tu
nombre será Desconfianza. El Hombre que pensaba que era niño, que habÃa
crecido con el tiempo e hizo amigo a un perro y aceptó la compañÃa de
Desconfianza, compartÃa el calor y les hablaba , pero no recibÃa respuesta de
ninguno de ellos, y se decÃa sà mismo: no importa que no me entiendan, yo sÃ
los entiendo a ustedes, y frotaba sus manos cerca del fuego para calentarlas
y mantener despierta su mente, pues tenÃa la esperanza de que si se
mantenÃa despierto, la respuesta de lo que era y buscaba, serÃa contestada.
De pronto se escuchó un extraño aleteo en la caverna, el hombre el perro
llamado Amigo y el conejo de nombre Desconfianza, se alteraron y se
pusieron muy atentos; cuando de pronto, el hombre sintió cómo un ave se
posaba sobre su hombro derecho y se quedó paralizado, no sabÃa si por
temor a que el animalillo lo pudiera agredir o por miedo a que se fuera de su
lado, pronto sintió el calor del ave, que se acercó tanto a su oÃdo derecho,
que se dejó influenciar por tan agradable sensación; cuando por fin decidió
moverse y notar que el ave no se retiraba de su hombro y de su oÃdo, se dio
cuenta de que era una paloma.
El hombre que ya no era niño, el perro llamado Amigo, el conejo llamado
Desconfianza y la cálida paloma, convivieron por un tiempo, pero un funesto
dÃa, el amigo del hombre murió, y éste, entristecido, empezó a perder la
esperanza, y decidió entonces volver a quedarse completamente sólo, por lo
que echó fuera a Desconfianza y tomó entre sus manos a la paloma, llegó
hasta la entrada de la cueva y haciendo un movimiento hacia atrás y después
con fuerza hacia adelante le dio impulso a la paloma para que surcara el aire,
la paloma subió muy alto casi hasta perderse, pero bajó de nuevo y regresó
hasta donde se encontraba al hombre, y parándose en su hombro derecho,
muy cerca de su oÃdo le dijo: Tú eres el Hijo del hombre, yo soy el EspÃritu
Santo, que siempre ha estado contigo, el Padre me ha enviado para que te dé
sabidurÃa, para que entiendas quién eres y lo importante que eres para él y
para todo aquél que escuche tu llamado. Ahora, sal de esta caverna, porque
hay un mundo que te espera, para vivir en ti, la paz que tanto anhela.
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