En la política electoral, las decisiones partidistas sobre quiénes son ungidos como candidatos a un puesto de elección popular y en especial a Gobernador, descansan sobre varias condiciones.

En la forma suelen surgir de atributos como la disciplina, la trayectoria pública, su aparente honestidad y el conocimiento del votante sobre el aspirante. Son valores necesarios, pero curiosamente y al contrario de lo que podría pensarse, esos factores no son indispensables.

En el fondo, sobre todos ellos ha reinado una cualidad que por lo menos en Tamaulipas ha sido considerada, no siempre con éxito, desde hace varios sexenios la madre de todas ellas: La lealtad.

Para tratar de analizar esa percepción, le invito a un breve retroceso en la historia de las sucesiones cercanas en el tiempo, en Tamaulipas.

Hasta Enrique Cárdenas González, el presidencialismo no admitía réplica. Quien le sucedió llegó todavía bajo la liturgia priísta del Gran Elector, al designar Carlos Salinas de Gortari a Manuel Cavazos Lerma como sucesor del cardenismo.

Pero de ahí en adelante hubo un cambio evidente. Y los gobernadores salientes se convirtieron en lo que José López Portillo gustaba de llamar el Fiel de la Balanza.

Cavazos entendía muy bien los alcances de la lealtad y tuvo desde el inicio de su mandato como favorito a Homar Zamorano, cuya fidelidad a pesar de ser incuestionable sucumbió a la tentación de las cajas fuertes en su fracasado intento de ser alcalde de Matamoros, que se sumó a la pérdida de la brújula de Francisco Adame, segundo en la estimación de su primer círculo.

Eliminados por sí mismos los dos, tuvo que conformarse con Tomás Yarrington, quien mostró en los hechos que su concepto de lealtad era muy diferente, al tratar de borrar toda señal del cavacismo e inclusive encarcelar a Pedro Hernández, el hermano espiritual del ya ex gobernador.

Lo intentó don Manuel con resultados adversos, pero la lección quedó viva.

Al llegar Yarrington al poder, desde la misma rendición de protesta ponderó en diez requisitos lo que llamó Manual del Buen Funcionario. ¿Y adivine cuál fue el número uno de la lista.., Sí, la lealtad.

Por la confianza en ese mismo valor, Eugenio Hernández dejó en el camino a Homero Díaz, quien no pudo convencer a Tomás de ser más leal que Geño.

Eugenio a su vez hizo lo mismo con Rodolfo Torre, quien resultó candidato a gobernador también por ser quien más confianza merecía del primero. La terrible tragedia que enlutó a los tamaulipecos en 2010 impidió que el médico lo demostrara y el destino jugó a favor de Egidio Torre, quien hizo a un lado a Geño e intentó una batida contra ese grupo. Todos sabemos quién pagó los platos rotos del oscurantismo mental de Egidio.

La lealtad no perdió su papel de valor supremo, pero Egidio cambió las reglas e impuso en lugar de ella a su seguridad personal y familiar. El victorense jamás pensó en Baltazar Hinojosa como un hombre leal a su causa y ante la amenaza que el matamorense le significaba, lo dejó sólo con el saldo que ya todos conocemos: Un PRI casi de rodillas.

Viene a colación todo este entramado por la ola de especulaciones sobre quién podrá ser el candidato a gobernador de Tamaulipas, dentro del partido que todo indica dominará la elección del 2022: Sí, MORENA.

Y es aquí, donde todo vuelve a su cauce original.

Es aquí, en la opinión de su servidor, donde la lealtad al Gran Elector -léase Andrés Manuel López Obrador– volverá por sus fueros al ser ese valor la piedra angular de su gestión y en donde para tratar de asomarse un poco a la bruma del reaparecido “tapado”, debemos formularnos una serie de preguntas:

¿Quien de los aspirantes que han desfilado puede ser considerado el mas leal al presidente?… ¿Quién de ellos tiene su mayor confianza?

Y esta es la pregunta del millón:

¿Quién de ellos le garantizará al presidente que seguirá impulsando la 4T desde la trinchera estatal, ya sin López Obrador en Palacio Nacional?

Analice a cada uno o a cada una. No son muchos quienes pueden atravesar ese tamiz…

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