La verdad, veo más con la mente que con los ojos, y no es porque mis ojos no puedan ver más lejos, sólo que mi horizonte, de un tiempo a la fecha, está a tan corta distancia, que suelo ver siempre lo mismo, y al no poder liberar la mirada como yo quisiera y puedo, ésta suele rebotar, a veces contra las paredes de mi hogar, otras veces contra las paredes de donde ejerzo mi vida laboral. Me preguntan si esto no es aburrido, la verdad no lo es, porque me gusta estar con mi familia y con la gente a la que suelo servir; tal vez  pudiera definir esta contrariedad existencial como estar experimentando un fenómeno de abstracción mental; sin saber cómo ni cuándo mi pensamiento se convirtió en la prisión de la libertad de mis ideas, y no es que éstas pudiesen denotar oscuridad en una realidad construida a la medida o gusto de cada quien, por ejemplo, del que quiere ser víctima y suele ser victimario; del que se dice o siente discapacitado, pero inhabilita e inmoviliza a los que están a su lado; del que presume ser justo y resulta ser arbitrario; del que dice amar y oculta su odio y su mezquindad. Mis ideas, tal vez por ser sencillamente claras, se consideran absurdas, imposibles de poner en práctica, de ser aceptadas como una verdad.

Siempre me he preguntado, por qué a algunas personas, les resulta tan difícil escuchar los mensajes, para despertar de aquello que siempre han creído es su realidad ¿acaso no sintieron cuando la luz del discernimiento se fue apagando por dar lugar a la oscuridad de la necedad, de la obstinación regida por un sentimiento negativo?

Es posible que el miedo a aceptarnos a nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes, no nos permita tener una identidad propia, de ahí que busquemos parecernos a los que consideramos pueden darnos una imagen que nos proteja, más no sólo de la crítica de los demás, sino de la autocrítica que nos mantiene en un estado de minusvalía, que, en ocasiones, nos hace sentir como corderos, y en otras como lobos.

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