La historia de Miriam Rodríguez es de esas que nos inspiran y al mismo tiempo nos duelen hasta lo más profundo. Ella no sólo fue madre, fue investigadora, rastreadora, activista, valiente y tenaz. A su hija Karen se la arrancó de los brazos la violencia que durante años ha golpeado a Tamaulipas.
Lo que debería haber hecho el Estado lo hizo ella sola. Se disfrazó de trabajadora, de encuestadora, de funcionaria, de lo que fuera necesario para llegar a los responsables del secuestro y asesinato de su hija. Nadie le dio las herramientas ni el respaldo, su motor fue el amor y la impotencia. Y gracias a esa fuerza que sólo da el corazón de una madre, logró ubicar y llevar tras las rejas a varios de los criminales.
Hoy, más de una década después, un juez dicta sentencia de 131 años contra uno de los responsables. Y uno no puede dejar de preguntarse ¿de qué sirvió tanto retraso?, ¿de qué sirvió tanta omisión?, ¿por qué Miriam tuvo que hacer sola lo que a la autoridad le correspondía?
La recordamos no sólo por la tragedia, sino porque convirtió su dolor en esperanza para cientos de familias. Su vida inspiró incluso una película que recorrió el mundo y mostró la crudeza de lo que muchas familias viven.
Miriam fue asesinada un 10 de Mayo del 2017, pero su legado no murió. Vive en cada madre que sigue buscando, en cada padre que se niega a rendirse. La sentencia contra uno de los asesinos de Karen es apenas una pieza en un rompecabezas de impunidad. Y aunque parezca poco, significa también que la voz de Miriam sigue presente, reclamando justicia.
Qué triste tener que escribir de mujeres que dieron su vida para que se hiciera justicia, pero qué valioso recordarlas. Porque nos enseñan que la dignidad, aunque quieran arrancarla, siempre encuentra cómo florecer.
Que Dios los bendiga, gracias. Leo sus comentarios en mis redes sociales…