Te llamé, y como otras tantas veces, no contestaste mi llamada, ¿por qué guardas tanto silencio amigo mío?, no encuentro el porqué de tanta distancia, si apenas ocho años atrás, no pasaba un sólo día en que te comunicaras conmigo, ya sea para recordar lo que anticipadamente habíamos pactado, o para desearnos buena suerte. No, no creo haberte hecho nada que pudiera ofenderte, porque si algo había entre los dos, era una amistad tan fuerte, que incluso, aguantaba las palabras más hirientes, sí, esas que nos decíamos cuando ambos tratábamos de ayudarnos a seguir de frente, sí, cuando nos dolía el alma más que el cuerpo, por alguna causa que la mortificara.
Por si te interesa saber cómo estoy, y si aún tienes esa capacidad tuya de saber de mí en la distancia, ya lo has de saber, por eso, mejor no digo nada; triste, sí, muy triste, no lo niego, pero he seguido al pie de la letra tu consejo, me mantengo de pie, como si no hubiera pasado nada, porque ambos sabemos que una amistad como la nuestra, es más grande que el fugaz encuentro de muchas almas que tropiezan en la vida, porque más que mi amigo, fuiste mi hermano, y mira que hermanos de sangre tengo muchos, pero hermanos del alma sólo uno.
Espero no ser inoportuno con esta llamada que va de mi pensamiento al tuyo, sin ninguna interferencia, perdona por eso mi impaciencia, pero todo esto es consecuencia de tu callada ausencia.
Te seguiré llamando, sobre todo, cuando mi alma quiera salir corriendo a tu apacible encuentro; amigo mío, por si me estas escuchando, que sé que lo estás haciendo, cuídanos a todos desde donde estás, que nosotros seguiremos pidiéndole a Dios por tu eterna felicidad.

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