Existen varias causas por las que, hoy más que nunca, necesitamos desarrollar la inteligencia emocional. Esta se define como la capacidad de reconocer, emprender y gestionar nuestras emociones, así como las emociones de los demás. Una de las razones más evidentes de esta necesidad, es el estrés que nos provoca las diversas actividades que debemos realizar en tiempos cada vez más reducidos, junto a esto debemos agregar la saturación de información que recibimos diariamente. El resultado es que el mundo actual, con su ritmo acelerado, nos mantiene desconectados de nuestro entorno y, sobre todo de nosotros mismos; y lo más preocupante es que esto sucede casi sin darnos cuenta. No debemos olvidar que el plano emocional es una parte esencial de nuestra naturaleza humana, pues nos permite mantener el equilibrio en nuestra conducta, conservando así la coherencia entre lo que sentimos, hacemos y tenemos. Hoy en día la comunidad científica coincide que somo seres emocionales que aprendimos a pensar.
En el aspecto evolutivo, Charles Darwin, refería que, en la naturaleza, la especie que sobrevive no es ni las más fuerte, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta a su entorno. Aplicado al ser humano, la evolución no solo depende del cuerpo, sino también de la mente, la cooperación, la empatía, que, entre otras, fueron cualidades que permitieron no solo el desarrollo social, sino también facilitaron la supervivencia de la especie. Es este sentido, y para entenderlo como una forma de adaptación moderna, la resiliencia emocional puede ayudarnos a regular nuestras emociones y con ello obtener una significativa ventaja, así como en el pasado aquellas especies que mejor se adaptaron a los cambios de su entorno.
Diversas culturas antiguas ya concebían la conexión entre la mente y el espíritu, esto al considerar que ambos conceptos formaban una unidad fundamental para mantener el equilibrio durante el desarrollo humano. Desde el enfoque filosófico zen, derivado del pensamiento budista, se enseña que el ser humano puede evolucionar interiormente cuando alcanza, simple y sencillamente, el autoconocimiento; entendido este como la capacidad de reconocer sus propias sensaciones, emociones, pensamientos y comportamientos. Se dice que una persona zen, es aquella que logra comprender cómo estos procesos psicológicos que determinan la manera en que interpretamos y respondemos al mundo, se encuentran profundamente relacionados entre sí. Se trata de mantener una actitud abierta y consciente ante lo que vivimos diariamente. Desde esta postura surge la madurez espiritual, aquella que aprendemos desde el silencio, la observación y la comprensión.
En la década de los noventa, varios psicólogos comenzaron a hablar sobre la importancia de las emociones en la conducta humana; sin embargo, fue Daniel Goleman, quien logró que el término de “inteligencia emocional”, alcanzara un reconocimiento mundial. Su propuesta destaca que el éxito no depende únicamente de la capacidad intelectual, sino también de la habilidad para comprender, regular y expresar las propias emociones. Goleman explica que nuestro cerebro opera a través de dos sistemas principales: el sistema límbico, donde se generan las emociones, y la corteza prefrontal, responsable de la razón, la reflexión y el control consiente. La inteligencia emocional surge del equilibrio entre ambos sistemas. Esto se entiende cuando reflexionamos que el sistema límbico es evolutivamente mucho más antiguo, tiene alrededor de 200 millones de años, mientras que la corteza prefrontal tiene apenas 100 mil años. Cuando una emoción, —como la ira, el miedo, la envidia o la soberbia—, se sale de control, puede provocar reacciones impulsivas. No obstante, cuando aprendemos a reconocer y comprender lo que sentimos, la mente racional recupera el equilibrio y nos permite actuar con mayor conciencia y serenidad.
A pesar de que en nuestra época pudiéramos pensar que tenemos todo lo necesario a nuestro alcance, estudios recientes nos dicen que el mundo transita por una evidente soledad y desconexión emocional. A nivel global, está documentado que alrededor del 23% de las personas dijeron sentirse solas. También, en un análisis que abarca 140 países, se encontró que aproximadamente el 24% de la población se sentía muy o bastante sola. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la soledad y el aislamiento social son factores serios de salud pública, vinculados a problemas mentales y físicos. Aunque a menudo asociamos la vejez con la soledad, sorprendentemente las investigaciones muestran que los niveles más altos se encuentran en la juventud (menos de 30 años) lo que demuestra que la soledad en un fenómeno transversal en el camino existencial. Por ello la importancia de incluir obligatoriamente la inteligencia emocional en los niveles educativos como una herramienta indispensable en la formación universitaria. Las instituciones deben formar profesionales emocionalmente competentes, para que las futuras generaciones tengan firmeza interior, determinación y carácter.
La inteligencia emocional se construye sobre dos constantes fundamentales: la adaptación y el equilibrio, ambas permiten que la evolución humana no solo se comprenda en términos biológicos o intelectuales, sino también como la capacidad de mantener la armonía entre lo material y lo espiritual, dos dimensiones opuestas pero necesarias en nuestra existencia. En este encuentro se refleja la búsqueda permanente de la estabilidad emocional, esencia de nuestro crecimiento humano.
No importa el camino que elijamos para fortalecer la inteligencia emocional; el mejor será aquel que nos ayude a ser mejores personas. Ese que nos permita enfrentar los problemas, el estrés, mejorar nuestras relaciones humanas, aclarar nuestro propósito personal, adaptarnos a los cambios, superar la perdida de sentido de la vida y, sobre todo aprender a reconocer lo que verdaderamente tienen valor en la vida.
Imaginemos que la mente, el espíritu, lo físico y lo material forman un sistema independiente de procesamiento, donde cada uno tiene una función que cumplir. La mente interpreta, el espíritu da sentido, el cuerpo se manifiesta y lo material refleja el equilibrio o el caos interior. Cuando alguna de las partes se altera, las demás resienten, pero cuando ocurre lo contrario, la persona alcanza un estado de plenitud y congruencia emocional.
La frase que mejor explica lo anterior es la del propio Daniel Goleman, que dice: “En un sentido real todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que siente, estas dos formas fundamentales del conocimiento interactúan para construir nuestra vida”.