Han sido 25 años de gloria. Y en una posible y cruel paradoja, en menos de dos años lo más probable es que conozca algo parecido al infierno.

En el cuarto de siglo cercano, Blanca Valles Rodríguez, dirigente del Sindicato Unico de Trabajadores al Servicio de los Poderes del Estado, mejor conocido como SUTSPET por sus siglas, ha conocido sólo el rostro amable que la política ofrece a quienes la miman.

Al amparo de cuatro gobernadores sucesivos, Blanca, quien decía no le importaba que la tildaran de ser una versión femenina de Fidel Velázquez, se erigió en ese lapso en un factor estatal de influencia laboral irremplazable en la estructura priísta del poder. Ninguno de esos mandatarios la minimizó y al amparo de alrededor de 30 mil burócratas fue arropada en cada sexenio en los cuales sólo una meta no pudo alcanzar: la Presidencia Municipal de Victoria.

Ayer, la primera luz amarilla se prendió en el camino de la lideresa al anunciar que no volverá a buscar la reelección en ese gremio y dejará el camino libre a otros u otras.

A diferencia de sus informes anteriores en donde sus reportes y discursos eran dogma, al influjo de su declaración las inconformidades empezaron a surgir de inmediato en quienes apenas un año antes le aplaudían a rabiar y rogaban de rodillas sus favores.

¿Cuánto falta para que esa luz amarilla se torne roja?

Poco, lamentablemente para ella

Blanca es uno de los íconos de la generación política más acosada en estos días en Tamaulipas. Precisamente la que germinó y creció en esos 24 años y se diluyó en el actual: la de los gobernadores priístas. Era cuestión de tiempo para que el ciclo Valles anticipara su retirada. Para algunos, se había tardado.

No serán cómodos los meses que le restan a la dirigente, de hoy al término de su gestión sindical. Puede escribirlo desde ahora: cada día sumará una arremetida más, un ataque más, de muchos de aquellos que le juraban lealtad y en el presente la niegan.

En este marco, la pregunta surge natural: ¿Fue bueno o malo el largo período de mando de Blanca?

Intentaré una opinión en dos vertientes: en la del sindicato y en la de Tamaulipas.

En el aspecto sindical –visto en los beneficios a la burocracia– no me parece que habría mucha diferencia si en la titularidad del SUTSPET hubiera estado Juan Camaney, Perico de los Palotes o Pepito el de los cuentos. El control de los gobernadores era total y la dama se limitó a seguir instrucciones, lealtad que curiosamente permitió mejorar las condiciones de la mayoría al grado de surgir una corriente real de apoyo a la misma. Nadie me lo contó. Fui testigo directo de esa simpatía. No le fue mal a los trabajadores.

Pero el saldo más notorio se debe medir en otro círculo: el de la estabilidad gubernamental en su base laboral.

Gracias a esa combinación gobierno-sindicato, las sucesivas administraciones sexenales contaron –hasta Egidio Torre– con un bloque de apoyo “duro” que sólo pudo romper la soberbia e insensibilidad de éste. Hasta ahora, inclusive en beneficio de un gobierno de otro partido, la tranquilidad en la nómina oficial estatal ha caracterizado a Tamaulipas. No todos los estadíos pueden presumir de eso, aunque se haya dado en el altar de la sumisión. Y se sigue dando, como lo prueba el cercano adiós de Valles Rodríguez.

El balance para Blanca es de contrastes. Se podría decir de luces y sombras.

Cuál de los dos efectos será el que marque esos 25 años, aún está por verse. Quién sabe qué pasará un año antes, en el 2018…

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