Durante el fin de semana largo del 4 de julio, la región central de Texas y el llamado Hill Country vivieron una tragedia sin precedentes, una inundación súbita de gran magnitud. Las lluvias torrenciales provocaron que el río Guadalupe se elevara hasta 35 pies en menos de una hora, sorprendiendo a miles de personas mientras dormían.

El saldo es devastador, al menos 90 personas fallecidas, incluyendo a más de 25 niños, y muchos mas se encuentran desaparecidos.

Las labores de rescate han sido titánicas, con la participación de más de 1,000 voluntarios, decenas de helicópteros y el despliegue de la Guardia Costera, que logró rescatar a cerca de 200 personas. Destaca también la colaboración de rescatistas mexicanos provenientes de Coahuila, que se sumaron a las tareas de búsqueda, y la enorme solidaridad de cientos de familias que han ofrecido ayuda y se han unido en oración por las víctimas.

Y es inevitable hacer una comparación con lo que ocurre en estos días en Tamaulipas. Aquí también ha llovido intensamente, los ríos se han desbordado, hay cientos de familias damnificadas y daños en caminos, viviendas y cultivos. Pero, a diferencia de lo vivido en Texas, en nuestro estado las inundaciones no fueron repentinas, sino que  fueron previstas con días de anticipación, lo que permitió activar alertas tempranas, coordinar evacuaciones y desplegar una respuesta conjunta entre autoridades federales que siguen en la zona, estatales y municipales.

La emergencia aún no termina en Tamaulipas. Hay comunidades incomunicadas, albergues que atender y tramos carreteros por reparar. Pero  la prevención y la coordinación que hemos visto ha sido una de las lecciones más valiosas que que han dejado las inundaciones de este lado del Rio Bravo.

Nuestras oraciones por las familias en Texas que han perdido a sus seres queridos,

Que Dios los bendiga, gracias. Leo sus comentarios en mis redes sociales.