¿Sabe cuál fue el mayor daño que causó el ex gobernador Egidio Torre a Tamaulipas?
Sí, con certeza tendrá usted un sinnúmero de respuestas a esa pregunta, de tan amplio que se ve el abanico de consecuencias negativas de esa polémica administración pública.
Pero en la opinión de su servidor, el peor efecto, el estrago mayor de ese gobierno que más hundió a esta geografía, no fue el saqueo desmedido, las complicidades o las corruptelas, aunque vaya que contribuyeron.
En mi percepción, fue crear en su esfera color de rosa, el Estado del “No pasa nada” en materia de inseguridad pública.
Bajo esa frase se cobijó la mayor cauda de negligencias que en ese terreno nunca fueron reconocidas y en cambio siempre se ofreció el mismo argumento: Todo está bien; no pasa nada”.
¿A qué viene recordar todo esto?
Sucede que ayer tuve la oportunidad de presenciar via televisiva un panel donde concurrieron tres autoridades en esa materia: El Fiscal General de Chihuahua, la Secretaria de Seguridad Pública del Estado de México y el titular de la misma área pero de Quintana Roo.
No importan sus nombres. Lo trascendente fue lo que dijeron.
Al contrario de otros personajes del mismo tenor, jamás cantaron supuestos avances, nunca ponderaron acuerdos ni presumieron logros en esa lucha. Por el contrario, los tres pusieron sobre la mesa la descarnada realidad que viven esas tres latitudes del país, la feroz violencia que las aqueja y la incapacidad que padecen para enfrentar a la delincuencia.
La cruda verdad. La que lastima, la que duele en carne propia, la que cala en el ánimo y hasta en los huesos, pero también la verdad que permite saber en dónde pisamos para no caer más profundo e identificar sin maquillar los peligros que enfrentamos a diario.
Aplicó esa tercia de autoridades estatales, para decirlo más claro, la saludable práctica de los grupos de Alcohólicos Anónimos: admitir que sufren un problema para realmente estar en posibilidades de resolverlo.
¿Por qué no tuvo y ha tenido Tamaulipas esa visión?
Los motivos son muchos, algunos creemos conocerlos porque son voz popular y otros no conviene saber de ellos por nuestra tranquilidad personal o familiar, pero ese panel mencionado, esa óptica de la realidad, me dejó una sensación que no me gusta admitir:
Envidia. De la buena, pero al fin envidia…

UNA PREGUNTA MUY PERSONAL
Hay una pregunta que me he hecho a mí mismo en los días cercanos:
¿Qué voy a hacer si llega a tocar a mi puerta un migrante centroamericano para pedir ayuda?
Tal vez no tenga que vivir esa experiencia, pero me parece saludable hacer un ejercicio mental sobre la reacción que tendría su servidor, así como la que tendría usted, su vecino o su compañero de trabajo.
No tengo duda alguna. Sobre la natural desconfianza a un desconocido, sobre el temor a ser víctima de un delito, sé lo que haré: Le ofreceré lo que esté en mis manos en ese momento para que siga adelante.
Entre dos visiones, la de Rosseau y de Maquiavelo, sobre el ser humano –acabo de releerlas en una red social– soy partidario de la primera: “El hombre es bueno por naturaleza”.
Si le toca un migrante la puerta, comprobará que los tamaulipecos estamos hechos con esa madera…

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