La designación, supuestamente mayoritaria, del nuevo dirigente del Partido Revolucionario Institucional en Tamaulipas deja varias lecturas para sus colores. Lamentablemente para ellos no parecen ser gratas.
Una de ellas se desprende de los hechos a la vista. De lo observado y de lo vivido en ese conclave tricolor. Las demás, hay que reconocerlo, se deriva de la especulación sobre los escenarios a futuro cuyas señales empezaron a verse desde el mismo sábado en que se celebró su Asamblea.
Si me permite, empezaré por los hechos.
En el saldo del evento quedó claro que el PRI no es capaz de desprenderse de sus vicios históricos ni en el desayuno. Creó consejeros “al vapor” –algunos inclusive panistas infiltrados– y sustituyó a otros en lo oscurito previamente coptados con diversas y jugosas prebendas, para asegurar el triunfo de un mando a modo para el poder estatal en turno.
No fue nada nuevo. Hizo la cúpula tricolor los cochupos que acostumbra, sólo que esta vez se aplicó la medicina a sí mismo, para demostrar que a falta de “primer priísta” –un gobernador– el dinero es un sustituto infalible.
Esta primer lectura es la que muchos apreciaron a simple vista, pero la miga, la médula real, lo que podría calar hasta los huesos, se encuentra en el panorama a corto y mediano plazo de lo que se avecina en el Estado para ese instituto político, que se podría resumir en la opinión de su servidor en dos posibles escenarios: el hundimiento total y una ruptura.
Voy por partes, como apunta Catón que decía Jack el Destripador.
Queda claro que el papel de contrapeso político que podría haber alcanzado el Revolucionario en Tamaulipas parece haberse quedado en eso, en el papel. El discurso de Sergio Guajardo, casi frío, con escasa pasión, sin advertencias para el contrincante electoral, permite asomarse a un PRI alejado de un partido contestatario que si no interviene la dirigencia nacional poco podrá hacer en el proceso del 2018, sobre todo si es manejado tras bastidores por el egidismo que precisamente echó a pique el barco tricolor. Este es pues, el panorama del hundimiento.
Y la segunda lectura de esa Asamblea, opinión personal desde luego, es aún más ominosa.
La nueva “nomenklatura” del PRI tamaulipeco no tiene realmente ni la mitad de los hilos en las manos para controlar a sus estructuras, severamente divididas y con la percepción generalizada de que fueron defraudadas. Muchos de ellos, que ya estaban con un pie dentro del clan de MORENA y habían retornado al establo tricolor ante un posible repunte de su partido, ya están tocando otra vez la puerta de las fuerzas “pejistas”. Y para no volver.
Pero no es eso todo en el renglón de la probable ruptura.
El bloque que oficialmente perdió en la Asamblea priísta no piensa cruzarse de brazos. La idea de formar un frente paralelo que podría terminar en el Estado en un desgajamiento del PRI, empieza a correr con fuerza y al menos en teoría ya hay quienes proponen impulsar inclusive a candidatos independientes con raíces en el antaño invencible.
¿Hasta dónde podría prosperar esta tendencia?
Es difícil en estos momentos responder a esa duda. Quien podría ser su virtual líder, Oscar Luebbert, es totalmente leal a su partido y tendría que suceder una catástrofe para convencerlo de encabezar un movimiento así, pero tampoco puede considerarse un imposible.
De cualquier manera, el PRI se enfrenta a un escenario difuso y tormentoso. La unidad por la que declinó Alejandro Guevara está en el aire y las divergencias en estos momentos son más que las coincidencias..
Quien planeó el resultado de la Asamblea y logró lo que quería debe estar satisfecho. El PRI hoy está fracturado y será, de no enmendar el camino pronto, un bocado fácil en el año entrante…
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