No me vence el tiempo transcurrido, me vence, el cansancio acumulado, aquel que no siendo de mi agrado, convirtió las horas de mis largos días, en una interminable vía de ferrocarril, por donde veloz ha pasado el tren de mi ajetreada vida, sin encontrar una estación donde bajar pudiera a descansar como tanto lo quería. Nunca pude darme cuenta si dormía o sólo permanecía de pie con los ojos entrecerrados, y no es que la fatiga me haga hablar con desacierto, es sólo que en éste largo transcurrir, la soledad ha sido mi mejor aliada, no me dejaba dormir, por hacerme sentir que si lo hacía, no vivía, no existía.
No es la fatiga una amiga de fiar, ella quiere todo para sí, un día desesperado, al no tener otra salida, valientemente la enfrenté y le dije: ¿qué te he hecho yo amiga mía, para que me trates así? te he llevado conmigo a todas partes, lo he hecho por demás callado para no molestarte, esperando que algún afortunado día te aburrieras de mí y te bajaras en busca de otra vida que pudiera darte lo que yo no te di, porque si te tuviera satisfecha, seguramente desde hace mucho tiempo te hubieras olvidado de mí.
La fatiga me miraba fríamente, lo hacía desde un lugar muy cómodo, ahí donde anidan las obsesiones indolentes, que nos hacen repetir acciones una y otra vez, pensando que así debiera ser, porque no tenemos más opciones, ahí, en la mente, en el lugar donde se privilegian ciegamente las obsesiones, ahí donde se nos olvida que no sólo es terreno fértil para sembrar nuestros más arraigados temores, sino, donde nuestro poder de decidir, nos puede hacer cambiar, para dejarnos consentir por el abrazo de la paz, que un buen paso nos puede dar, para disfrutar la vida y recuperar la fortaleza que tanto hemos anhelado.

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