En la primavera de 1871, en un intento por hacer realidad un sueño político en donde el pueblo pudiera gobernarse a sí mismo, un grupo de trabajadores, artesanos y mujeres de la capital francesa decidió organizarse de manera colectiva para constituir una república de facto democrática y social —Marx la describió como el primer ejemplo de la dictadura del proletariado— cuyo ideal representaba un gobierno “del pueblo y para el pueblo”. Así nació la Comuna de París.

Habían pasado ochenta y tres años desde la Revolución Francesa, cuando una multitud enardecida tomó la Bastilla para derrocar a la monarquía, harta de los abusos y de un gobierno que había olvidado a sus ciudadanos. Aquel levantamiento fue la respuesta a la represión que se vivió en el absolutismo, esto, bajo el reinado de Luis XVI. Sin embargo, al cabo de veinte años, con un golpe de Estado, Napoleón termina como emperador de Francia, echando abajo los ideales revolucionarios.

Décadas después, durante la Segunda República Francesa en 1848, el pueblo volvió a depositar su esperanza en un cambio. Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón I, fue elegido presidente con el compromiso de establecer un gobierno democrático que atendiera las demandas de los obreros y las clases populares. No obstante, en 1851, Bonaparte dio un golpe de Estado, disolvió la Asamblea Nacional y, al año siguiente se proclamó Emperador con el nombre de Napoleón III. Al compararlo con su tío, el primer Napoleón, es claro que repitió la misma receta autoritaria y centralista. De tal manera que, los ideales por los que el pueblo había luchado quedaron mermados en un simple deseo; una vez más, los lideres que prometieron democracia y libertad terminaron cediendo ante sus propias ambiciones de poder.

Aunque Napoleón III ya no estaba en el poder, pues se encontraba prisionero en Alemania a causa de la guerra franco-prusiana, lo que siguió en el año de 1870 fue la proclamación en Paris de la entonces Tercera República Francesa encabezada por el llamado Gobierno de Defensa Nacional, bajo el mando de Adolphe Thiers, un dirigente de posición conservadora quien a través de la fuerza del Estado pretendió mantener el orden y reprimió las revueltas. El pueblo parisino no aceptó su autoritarismo lo que desató una rebelión social que triunfó y daría paso a la Comuna de Paris.

La Comuna de París estableció una serie de medidas políticas muy radicales. Por mencionar algunas se encuentran, la supresión del ejercito permanente, sustituido por el pueblo armado; se redujo el salario de los servidores públicos al nivel de un obrero; se estableció la elección y revocabilidad de los magistrados y jueces, al igual todos los cargos legislativos o administrativos; se ordenó la separación de la iglesia y el Estado, acompañada de la expropiación de todos sus bienes; la educación se secularizó expulsando a los sacerdotes y haciendo que las escuelas fueran laicas; se desmantelaron monumentos que consideraron símbolos de la opresión; se eliminó la burocracia y se sustituyó por un grupo de funcionarios al servicio del pueblo; entre otras reformas más. Los propósitos de la Comuna en su mayoría eran bien intencionados, contenían ideales austeros y novedosos. Buscaban la igualdad social, la participación directa del pueblo en el gobierno, que no existieran privilegios políticos ni económicos, y que el poder se ejerciera con responsabilidad y transparencia, entre otros principios. Pero, ¿Qué falló? ¿Qué provocó que la Comuna de Paris durara apenas setenta y dos días y terminara en una represión aún peor que aquella que motivo su nacimiento?

Algunos historiadores coinciden en que la Comuna de Paris fue un gobierno que desapareció instituciones e implementó medidas socialistas y en donde el proletariado tomo el poder. Sin embargo, su estructura política fue débil y carecía de estrategia, pues las decisiones eran tomadas por los ciudadanos y no siempre eran personas preparadas y con experiencia en gobierno. Esto se acentuó en gran parte, por la diversidad ideológica dentro de la organización, creando grupos y facciones donde participaban socialistas, anarquistas, republicanos radicales y obreros sin formación política, lo que dificultó alcanzar acuerdos y fortalecer la unidad y una visión de Estado. Todos buscaban sus propios ideales e intereses, pero no coincidían en cómo lograrlos. A ello se sumaba la falta de experiencia administrativa en sus líderes, que, aunque progresistas, carecían de preparación y conocimientos suficientes para manejar un Estado, recaudar impuestos o mantener el orden. Además, la Comuna permaneció aislada del resto de la población de Francia, sin el apoyo firme de otras ciudades, lo que finalmente contribuyó. a su fracaso.

Lo anterior nos lleva a pensar que en todo análisis de Estado no debe faltar la mirada filosófica y política, en especial la que aportan los grandes pensadores.

Podría parecer que Marx y Hegel compartían la misma búsqueda, comprender el sentido del Estado, su razón de ser, su función y su finalidad dentro de la sociedad. Sin embargo, para Marx el Estado representaba el instrumento de dominación de una clase social sobre otra, por ello interpretó la Comuna de París como el primer intento de un régimen en el que no existiera tal dominación, donde la clase trabajadora decidiera directamente los asuntos que normalmente corresponderían a un gobierno legalmente constituido, razón por la que se volvió referente para los marxistas. Por su parte Hegel, percibía al Estado como una organización racional. Creía que a través de la forma en que se gobierna, se expresa la razón, la capacidad de pensar, comprender y actuar de forma consiente y lógica, las normas entendidas como las reglas, explícitas e implícitas que guían la vida en sociedad, y la ética el principio que permite reflexionar y analizar lo que algo es justo bueno o correcto. Estos tres elementos, considerados por Hegel, son los que una sociedad reconoce como necesarios y justos para convivir.

Hay que destacar que la ecuación de cómo se debe ejercer el poder, debe contener variables solidas que sostengan la posibilidad de un resultado favorable. La justicia, la razón, la confianza y la ética, entre otras, deben interactuar con capacidad, equilibrio, libertad y diálogo. Cuando alguna de estas variables se altera o simplemente desaparece, la ecuación deja de tener sentido, se vuelve inconsistente y no puede funcionar bajo estas circunstancias, lo que sucedió en la Comuna de París

Lo paradójico de la Comuna de París es que muchos gobiernos prometen hoy algo similar, justicia social, bienestar, democracia, libertad y progreso. Pero aun contando con infraestructura, leyes, recursos económicos y un entorno que favorezca su desarrollo, terminan cayendo en los mismos errores, la concentración de poder, el culto a ultranza de una ideología y el engaño al pueblo. La historia demuestra que los ideales sin estructura y el poder sin límites no pueden sostenerse. Ambos dirigen a la sociedad al fracaso total, y cuando esto ocurre, el pueblo —como entonces— termina revelándose, aunque esa rebelión corre el riesgo de no necesariamente asegurar un cambio democrático favorable, en el gobierno o en la población; por ello, la historia nos enseña que como sociedad debemos tener claro por qué y para qué luchamos.

Los principios que sostienen a un gobierno como la democracia, la división de poderes, la libertad, el respeto a los derechos fundamentales y la supremacía constitucional, son demasiado buenos para dejarse ir sin una batalla.