He aquí un destello de un recuerdo de mi infancia, que a decir verdad, no sé si fue sólo un sueño o realidad, pero que cuento con la esperanza de que alguno de los sobrevivientes de aquellos buenos tiempos me pueda aclarar la duda: Cuando niño, veía pasar por los caminos de terracería de algunos de los ranchos naranjeros, donde mi abuelo materno solía comprar la cosecha, unas pesadas carretas de madera, tirada por un par de fuertes bueyes, moviéndose con dificultad entre el anfractuoso y polvoso suelo, procurando que la carretada de naranjas no mermara con el vaivén, hasta llegar al trasporte automotriz que las conduciría a su destino. Intrigado por saber qué se sentía subirse a la carreta, en una ocasión, seguí una de ellas hasta la descarga, la cual hacían los operadores con sumo cuidado para no maltratar la fruta, porque según decían, significaba pérdida económica para el patrón; pues bien, sin que aquel gran hombre de campo se diera cuenta, le pedí a la persona que guiaba a los bueyes, me permitiera subir, con la finalidad de pasearme, y aceptó, sabiéndome nieto de Don Virgilio.

Debido a la altura de la carreta, se me dificultó subir a ella,  pero aproveché la estructura de una de las 2 ruedas y me trepé; una vez seguro en aquel cajón, los animales iniciaron su marcha y ahí te voy moviéndome al compás del camino, hasta llegar al sitio donde los piscadores tenían  amontonada la naranja ya cortada del árbol; para mí no fue sólo una aventura, quedé prendado de aquel carruaje, como si me trajera recuerdos más antiguos, tal vez de otra vida, en otro tiempo , tal vez aún en una dimensión existente en otro espacio del universo.

¿Acaso es está una página de mi biografía, que como otras tantas están dispersas a lo largo de casi treinta años de compartir mi narrativa con usted mi estimado lector? Privilegio, pérdida de tiempo, la verdad no lo sé, usted tiene la última palabra.