Hay caras que nunca olvidas, algunas al recordarlas, te llenan de alegría y te dan esperanza, otras, las menos favorecidas, te hablan de un pasado que no nunca pudo aspirar a tener un mejor futuro, porque todo lo que podía haber traído progreso, se desvaneció rápidamente por ser de carácter temporal y no tener un propósito firme se sustentabilidad, y más que dar certidumbre, generaba mayor necesidad y dependencia.

He estado frente a la cara de las necesidades de mi familia, la mayoría de las veces, pienso que tienen un origen psicológico, porque suelen surgir de pensamientos desalentadores, cuando sitúan sus problemas en un contexto económico, al no administrar adecuadamente sus ganancias, pero, estas preocupaciones suelen ser temporales, porque al analizar sus valores, encuentran entre sus bienes más preciados, a la educación que recibieron gracias a las oportunidades que les brindó, en su momento, el pertenecer a un estatus socioeconómico que facilitó muchos de los procesos de desarrollo profesional. Por ello, la cara de las necesidades de mi familia, suelen ser también temporales, y nunca pierden la esperanza de recobrar la alegría.

Ayer estuve frente a la cara de las necesidades de mi comunidad marginada, misma que ya había visto hace años y que hoy veía de nuevo, pero más deteriorada, los ojos habían perdido su brillo, la piel lucía pegada a los huesos y la sonrisa extraviada; el reflejo de la miseria fue siempre evidente desde que fue la niña que atendí hace muchos años y que de nuevo se presentaba ante mí con rostro de mujer, de esposa, de madre, de enferma.

El tiempo se ensañó con ella y la condenó a vivir en un a tierra casi estéril, con empleo temporal y con muchas responsabilidades, sin tener oportunidades, porque nunca terminó la escuela, porque igual, sus padres estuvieron condenados a vivir de una tierra árida, esperanzados siempre a la ayuda, primeramente del cielo y después a las dádivas de los programas sociales de desarrollo gubernamental, que más que resolver los problemas de fondo, daban oportunidad a mayores necesidades, para estar siempre en condiciones de marginalidad.

La cara de la necesidad de mi comunidad está enferma, ayer padeció hambre, y la ignorancia le arrebató las oportunidades para tener esperanza, y la condenó a aceptar su condición de siempre pobre. Hoy padece de hambre y enfermedad, apenas puede caminar por la falta de energía, por falta de recursos, y por cuidar a otro enfermo, no tuvo más opción que abandonar su tratamiento. Su cara me dice que ya no puede más, su cuerpo se niega a caminar, su mirada triste de resignación amenaza con abandonarse y entregarse a la misericordia de los que, piensa, aún podemos ayudarle; porque ya no cree tener un derecho constitucional que garantice su salud y su bienestar.

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