La Iglesia Católica en su ritmo litúrgico continúa celebrando la fiesta de la Pascua, es decir, la Resurrección del Señor Jesús. Hoy celebra el séptimo domingo de este tiempo pascual, y celebra la “Ascensión del Señor. Con la cual inicia la última semana de este tiempo litúrgico.
La fiesta de la Ascensión hace mirar al cielo: es la meta de la vida humana. Mirar al cielo libera de muchas cosas. Todo queda relativo cuando se sabe que la patria es el cielo. Los bienes materiales, las posesiones, la riqueza, la salud, etc. Ya nada tiene el valor que a veces se le da. Todo es necesario en el camino de la vida, pero el ser humano tiene un fin superior, entonces el camino de la vida no es tan pesado y la distancia espiritual es más corta. Tener la mirada puesta en Cristo, en el cielo, mantiene sanos y equilibrados.
La fiesta de la Ascensión del Señor educa para la segunda mitad de la vida: permite ser plenamente humanos. El ser humano se eleva a un plano espiritual, porque ya no se busca a Cristo-hombre, sino al Cristo glorificado; no se ve a Cristo en la tierra, sino que Cristo está dentro de cada persona, en el corazón. San Agustín dice: “Él estará más dentro de nosotros de lo que nosotros mismos estamos”. Por la Ascensión se puede encontrar una nueva relación con Cristo.
El texto evangélico, Lc. 24:46-56, dice que los apóstoles “regresaron a Jerusalén llenos de gozo”. La Ascensión del Señor deja una gran alegría en el corazón de los apóstoles. No están tristes porque se ha ido, sino que viven la alegría de ser continuadores de la misión que el Maestro les ha encomendado.
La fiesta de la Ascensión invita a los creyentes a mirar el futuro puesta “nuestra confianza en llegar a donde Él nuestra cabeza y principio nos ha precedido”. A pesar de la dificultades que se encuentran, para los creyentes hoy es una fiesta de esperanza, y ha de prevalecer claramente ésta.
Cuarenta días después de haber resucitado, Jesús sube al cielo. Él que es la cabeza de la Iglesia la antecede en el Reino glorioso del Padre celestial, para que los que forman la Iglesia como su Cuerpo Místico, vivan en la esperanza de estar un día con él eternamente.
Una vez que completó su misión en la tierra, con el anuncio del Reino de Dios, la institución de su Iglesia, y de redimirnos con su Pasión, Muerte y Resurrección, el que salió del Padre celestial vuelve a Él.
Ahora intercede continuamente por nosotros como el mediador que asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Se puede orar con las palabras de la oración de la misa: “Concédenos, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti una cumplida acción de gracias, ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo”.
Que la alegría y la paz del Señor resucitado permanezca siempre con ustedes.