Cada vez aprecio más todo lo que tengo, lo que he hecho y lo que soy, y a pesar de que con el tiempo ya no tengo lo de antes, y de lo que he hecho sólo tengo recuerdos, sigo estimando lo que soy, porque mantengo firme la fe en Dios, porque creo en el amor, en la familia y los amigos. Por eso, soy un hombre agradecido con la vida, por haber recibido este don como el obsequio más valioso con el que mi Señor me ha bendecido. Sí, ya no suelo ser tan ágil, pero aún puedo llegar a donde quiero, el caminar más lento, me ha dado la oportunidad de observar todo aquello que por andar de prisa nunca aprecié con detenimiento y con cuidado; sí, ya sé que no debo comer o beber lo que antes más me agradaba, pero con los años me he hecho más prudente, y sé que debo cuidar mi cuerpo, que bien que me reclama cuando no soy disciplinado.
Con el tiempo, he dejado de ser tan exigente conmigo mismo, porque comprendí que el querer hacer siempre lo que creía mejor, para verme responsable y ordenado, resultó la mayoría de las veces contraproducente, porque al exigirme más, sólo logré estresar mi mente, y con ello, mi cuerpo se sentía atormentado. Ahora veo la vida diferente, confío más en la serenidad que se obtiene al saber que nadie es perfecto, ya no me duele el saber que estuve equivocado muchas veces y lo mejor de todo, encontré en el perdón el bálsamo más adecuado para encontrar la paz, dejé entonces de vivir mortificado.
Aún me queda mucho por aprender sobre el legado que Jesús nos ha heredado, pero tengo fe y mientras tenga a mi Señor de mi lado, todos los días por venir lucharé por ser feliz, porque aprecio sobremanera todo lo que Dios me ha dado para alcanzar las metas que para mí ha trazado.

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