Fueron días de mucho aprendizaje. Había dejado atrás mi pueblo y empezaba a descubrir el fascinante mundo de la ciudad de México. No tenía ni idea de la gran transformación que se iba a dar en mí.

Delante mío, se abría un mundo diferente a aquél de mis años de adolescencia y juventud, donde rodeada de naturaleza y tranquilidad, me sentía tan segura y confiada, siempre acompañada y protegida, no solo por mi familia, sino por mi gente, por mi comunidad, de rostros familiares que me conocían, y reconocían mis orígenes y de quienes asimilé costumbres y valores que me dieron identidad.

Al llegar a la UNAM, específicamente a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales donde es bien conocido, confluyen las ideas y los ideales, las nuevas circunstancias que me rodearon me obligaron, poco a poco, a ir moldeando mi forma de pensar.

Despacito, sin apenas darme cuenta, fui dejando atrás mucho de lo aprendido, para empezar a ver las cosas desde otro ángulo, detenidamente, con una perspectiva diferente, más razonada y menos impulsiva. Todos los días confrontaba y cuestionaba dos mundos totalmente opuestos, uno con sabor a provincia, el otro, el de una ciudad pujante, que se distingue por su pensamiento de avanzada.

¿Qué tomar y qué dejar pasar?  Muchos fueron los retos que me obligaron a desarrollar un criterio propio, al verme en medio de mis compañeros de clase y de mis maestros, cuyos orígenes eran tan diversos, pero también, de infinidad de seres humanos que día a día se cruzaban por mi camino, esforzándose por sacar adelante sus vidas, emergiendo desde una multiplicidad de trincheras.

Tantas y tan diferentes formas de percibir y aprender, de creer, de vestir, de sentir y de ver el mundo. Imágenes inolvidables que me trasmitían tantos mensajes, apenas perceptibles en aquellos momentos, pero que se quedaron grabados en mi memoria, evidenciando los contrastes de mi propia idiosincrasia.

Sin embargo, esa apertura de escucha aprendida de mi padre, ese respeto por lo diverso, me permitió una convivencia sin reservas y con mucha curiosidad por conocer lo diferente, y hoy reflexiono que también me llevó a desarrollar la tolerancia, pero lo más importante, a reafirmar lo mío, apreciar mis principios, mis valores y apropiarme cada día más de ellos. A tomar distancia de los demás y a construir mi propia personalidad. Sobre todo, a madurar, y a desarrollar mi sentido crítico, a saber elegir y decidir.

Actualmente, pareciera que todo lleva justo a evitar que podamos fomentar el sentido común, el análisis y el cuestionamiento, que den sustento a una toma de decisiones razonada apegada a satisfacer nuestras propias necesidades. Las técnicas de publicidad subliminal cada día invaden todas las áreas de la vida social. El intento por controlar el consumo y el pensamiento humano se hacen más evidentes.

Estamos inmersos en un mundo dominado por la inmediatez del Internet, saturado de lo que llamamos influencers, personas que se han convertido en líderes mediáticos que manipulan la opinión, que influyen en las decisiones y dictan tendencia en modas y comportamientos, apoyados en el poder generado por las redes sociales.

Nos invitan a asimilar sus costumbres y formas de ver el mundo, intentan controlar nuestra voluntad y nuestra conciencia, dirigiendo hacia la consecución de sus intereses nuestro hacer y nuestra decisión, anulando nuestra capacidad de elección.

Es incuestionable el nivel de penetración social que han alcanzado, desplazando el pensamiento personal, generando lo que se conoce como la “mentalidad de rebaño”.  Los vemos convertidos en auténticos maniquíes expuestos para su imitación. La respuesta de millones de personas, sin distinción de sexo, edad, educación o solvencia económica, lejos de ser razonada, responde en automático, asimilando sus mensajes ocultos como verdaderos y actúan en consecuencia.

Si nos detenemos a reflexionar, de alguna manera todos hemos cedido a sus encantos. Lo hemos hecho al aplaudir su imagen, e intentar hacer lo necesario para ser, vestir, hablar o conducirnos, aunque sea un poco, como ellos. Al seleccionar la marca de nuestro celular, al seguir la moda que imponen, sus gestos, su auto, al visitar ciertos restaurantes o decidir el destino de nuestro próximo viaje.

El mecanismo de la manipulación en su máxima expresión, llevándonos al campo de la no reflexión, distanciándonos cada día más del conocimiento de nuestras propias necesidades. Alejándonos del placer de vivir la increíble aventura de pensar, sentir, elegir, decidir y actuar por nosotros mismos, sin condicionantes.

“Hay que amar lo que es digno de ser amado y odiar lo que es odioso, más hace falta buen criterio para distinguir entre lo uno y lo otro.”: Robert Frost.

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