Un buen día, estando pequeños mis tres hijos, me encontraba plácidamente recostado en la cama matrimonial apapachándolos, y como eran muy inquietos, decidí contarles el cuento de los tres cerditos, deseando fortalecer los valores como el esfuerzo, la constancia, el trabajo, la responsabilidad y la lealtad. Mis niños estuvieron muy atentos a la narración, y ocasionalmente me interrumpían para dar su opinión, lo que me llenó de satisfacción, pues intuí, que el mensaje había sido claro y quedaría grabado en su memoria; al término de aquel ejercicio literario, los tres querían construir sus hogares de manera muy sólida para que nada pudiese derrumbarlos, y estaban de acuerdo en que para lograr la solidez y la seguridad anhelada, requerían de materiales fuertes como las varillas de acero, el cemento; aproveché la oportunidad para comentarles, que por más fuertes que fueran los materiales externos de sus hogares, éstos podrían ser débiles, si no construían primero en su interior una fortaleza que pudiera mantenerlos de pie, cuando fuerzas ajenas a su voluntad como la envidia, los celos, el egoísmo, la vanidad y la ambición desmedida, hicieran acto de presencia en sus vidas, para debilitar los cimientos de sus casas. Katy dijo: Yo soy la mayor y seré la más fuerte, y evitaré que las fuerzas oscuras logren derribar mi casa; María Elena se puso de pie de un brinco, y comentó que ella era la más rápida y con ello siempre estaría al pendiente para evitar la presencia de las fuerzas del mal que derriban casas; y Cristian, el más pequeño dijo: Yo las ayudaré a las dos, y las defenderé de cualquier intruso que quiera hacerles mal. Después de manifestar sus buenos propósitos, guardaron silencio un par de minutos y se vieron entre ellos, y casi al unísono dijeron: ¿Y cómo se puede construir en el interior de las personas algo más fuerte de lo que se construye en el exterior? Entonces les respondí: Con el material más fuerte que hay en el mundo. ¿Cuál es ese, dijo Cristian, y cuánto costará? Se llama amor, y no cuesta nada, y tal vez porque no cuesta nada muchas personas lo desprecian y se dejan influenciar por otras fuerzas, para que todo lo que se construya, no sea una obra para glorificar a Dios, sino para poner en un pedestal de humo, al hombre que quiere ser siempre superior al Señor.
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