Muchos comentarios han fluido en las redes sociales sobre el grito de Independencia y sus consecuencias, sus orígenes y la forma en que debemos festejar esta fecha: algunos piensan que hay que dejar a un lado los festejos, y otros más severos aunque menos inteligentes afirman que todos somos unos tontos porque celebramos cuando no hay nada que celebrar en un país en el que la delincuencia, el crimen y la deshonestidad son cartas primarias de todos los estados.

Cierto, hay mucho de eso: estamos cansados de ver la suciedad con que se mueven nuestros administradores de la política y partidos que solo ven su beneficio, llevándose multimillonarias sumas cuando hay aspectos –Chiapas, Oaxaca, entre otros- que a gritos piden intervención expedita y eficiente.

Sin embargo, hay otros que critican que no hacemos nada por mejorar, y critican todo lo que se hace… pero desde fuera son muy valientes para hacer estos señalamientos y no son capaces de aportar nada porque México mejore.

Critican a los gobiernos de todo nivel de vivir en excesos, y critican esas insultantes fiestas que se llevan a cabo después de la ceremonia del grito, emulando aquellos tiempos en que la alta burguesía se encerraba en los palacios o haciendas a degustar finos y caros platillos y bebidas, y afuera, el pueblo, el jodido pueblo, contento con un grupo musical y uno que otro fuego pirotécnico: pan y circo y una división de clases manifiesta que se sigue viendo hoy en día, disfrazada de un gobierno popular en todos lugares.

Pero insistimos: ¿Qué hace esta gente por mejorar a México? Somos muchos de la idea de que no podemos hacer mucho, porque más de 110 millones de mexicanos aplastan cualquier buena intención, y siguen presentándose casos como el de los feminicidios, fraudes de gobernantes, socavones y errores en obras todos los días, sin que alguien haga algo.

¿Por qué no reclamamos? ¿A qué tenemos miedo? Tratamos a nuestros gobernantes como reyes, y éstos últimos no son capaces de escuchar a su gente y se dejan llevar por las adulaciones enfermizas de los limosneros del poder que viven a expensas de lo que les dan por adular.

Es tiempo de cambiar, de hecho, no de palabra, pues.

Y en ese accionar que nos urge a todos, necesitamos, en primera instancia, apegarnos a nuestras funciones y obligaciones, para poder entregar buenas cuentas, y entonces, poder exigir.

Necesitamos dejar de circular con placas ilegales de centrales ilegales que cobran por circular impunemente, necesitamos circular con el cinturón de seguridad puesto y sin el celular en la mano, dejando de argumentar que tenemos la pericia suficiente para manejar así, pero infringiendo la ley, y siendo agresivos con quien nos señala lo anterior.

Necesitamos dejar de pararnos en doble fila, de evadir impuestos, de reclamar al agente que nos detiene por infringir una ley, necesitamos pagar los derechos que la ley nos obliga a hacer efectivos.

Necesitamos enseñar a nuestros hijos que quien se mete en una fila es un abusivo, y dejar de ver a esos infelices que quieren llegar a la fila de autos que va a la loma y meterse, pensando estúpidamente que los demás estamos ahí pro diversión: no respetan nuestros turnos y son abusivos.

Entonces, cuando comencemos a cambiar esas cosas, podremos decir que México es otro y que estamos pugnando por un verdadero cambio, y que somos parte de ese proceso.

Mientras, en tanto sigamos infringiendo reglas, leyes y normas, no tenemos el mínimo derecho a reclamar nada, y tendremos que aguantar peseros malolientes y cafres, salvajes que se nos cierren en las calles, delincuentes en todos los negocios y calles, abusos de todo tipo.

Porque el cambio en México es de todos, y todos, absolutamente todos debemos participar. Si no, hay que quedarnos callados, para variar.

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