Cuando estás frente a una persona sumamente afligida, debido al gran cúmulo de decepciones que ha sufrido en la vida, en ocasiones, te resulta difícil poder llegar hasta ese corazón roto para decirle que todo estará bien, que sólo buscas aportar consuelo y ayudar en lo que se necesite. Son tan sensibles al dolor quienes se sienten víctimas de parte de su familia o la sociedad, que al detectar la mínima señal de posible desacuerdo que se interpreta como agresión, activan un mecanismo de defensa tan enérgico y violento, que se manifiesta, primeramente con un lenguaje prosaico, y de no sentirse satisfechos con el desfogue de su amargura, en algunas ocasiones podrían, incluso, estar dispuestos a utilizar la agresión física, al sentir la necesidad imperiosa de que alguien pague por lo mucho que ha sufrido.
¿Qué ves en mis ojos para que los tuyos, llenos de ira, puedan sentir que no hay nada que temer? ¿Cómo llegan a tus oídos las palabras precisas, para que les permitas entrar a tu morada? ¿Cómo abrir el diálogo sanador con tu corazón contrito, para que no recele de mi interés por ayudarte con tu pesada carga?
Mira que empiezas a sentirte vivo nuevamente, al darte la oportunidad que te negaste desde la primera vez que te sentiste culpable, por no ser como todos lo esperaban, por sentir cómo tu autoestima se minimizaba, pensando que no tenías el valor con el que creías te tasaban.
¿Qué piensas ahora que empiezas a reencontrarte contigo mismo, a reconocer tu gran nobleza, a perder el miedo a amarte y darle también la oportunidad de amar a aquellos que considerabas tus enemigos?
Ahora ríes y eso es bueno, haz cambiando el gesto de la amargura por el de la alegría de sentir tu valía como ser humano. Por fin te has atrevido a decir su nombre, sin tener el temor de no sentirte lo suficientemente bueno para que el Él te ame. Que sus palabras sean de profeta, dijiste, y que Dios tenga misericordia de mí, me sane y me perdone.
Ahora, Él reina de nuevo en tu ser, te habló y con su amor unió cada uno de los fragmentos de ese corazón roto que parecía perdido por la falta de fe.
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