Las palabras definen, son usadas para legitimar o enmascarar razones, se registran o encarnan en los mapas mentales del colectivo, subestimarlas o sacarlas de contexto es un error. En la reciente gira por Tamaulipas del Presidente Andrés Manuel López Obrador, un par de ellas llamaron poderosamente la atención, “fuchi” y “guácala”.
Para algunos analistas, las expresiones antes mencionadas fueron particularmente criticadas, asociándolas a un llamado blandengue del ejecutivo a la delincuencia organizada, sin considerar como una opción, la figura retórica dirigida a una sociedad que por años ha tolerado a los infractores, en casos obligada por las circunstancias o en otros por decisión propia.
A nueve meses de arrancada la administración, la seguridad es una asignatura pendiente en la que se han dado pasos importantes para combatirla, pero cuya ruta es aun larga, a la que es fácil colgarle medallitas y relacionar en la crítica para quienes activamente no comparten la visión de la 4T, y el lenguaje coloquial les da oportunidad.
En el análisis del humor social, se registra un agotamiento histórico respecto a la corrupción y la violencia, por lo que la narrativa del Presidente conecta, hace sentido, y se suma a las acciones emprendidas por el Gobierno Federal, y por diversos Estados como Tamaulipas, donde el Gobernador Francisco García Cabeza de Vaca es calificado positivamente en la materia.
Si se quieren resultados distintos, no podemos seguir haciendo las mismas cosas. Combatir la corrupción y la violencia como se ha hecho en los últimos doce años, podría conducirnos inevitablemente a lo mismo, a nuestro presente. Existe mucho que hacer, pero sin lugar a dudas la actuación ciudadana es fundamental, si se quiere aspirar a un registro positivo.
La participación social es un elemento que no se ha considerado en la ecuación del combate a este flagelo, como mexicanos, nos falta organización para respaldar los esfuerzos de quienes participan, ver por las familias de los caídos, honrarlos, velar por sus hijos, aprender a admirarlos y por su por supuesto, respetarlos.
El comportamiento electoral de la sociedad ha hecho un llamado al cambio de ruta, y en este, la corrupción es un punto medular al que se busca extirpar de la vida del país.
En CDMX, donde sus habitantes mantienen un romance con AMLO tras su paso en el gobierno por obras como el segundo piso, el rescate del centro histórico o programas sociales como los dirigidos a los adultos mayores, el “fuchi” y el “guácala” han encontrado eco desde hace varios meses, y comienza hacer resonancia en el resto del país.
Para un México donde ha sido historia tras historia de fracasos políticos, saqueos, herencias de impunidad, los actos de corrupción, excesos de funcionarios o abusos, donde “el que no tranza no avanza”, estas prácticas son señaladas y exhibidas cada vez más, y se fortalece una cultura social de repudio abierto y exhibición de las mismas.
Sin lugar a dudas la gran prueba de fuego para este sexenio, que busca un quiebre del régimen anterior y construir una nueva realidad, serán los resultados en el combate a la corrupción y la violencia, si bien es aun pronto, será fundamental mostrar en la medida que las estrategias lo permitan objetivos medibles en breve.
Lo importante no es el “guácala” y “fuchi”, es una discusión estéril, lo relevante es revisar todos si la Guardia Nacional funcionará o no, si se construyen los candados para que no se repita “La Estafa Maestra”, como gasta el gobierno, la envestida contra las facturas falsas y empresas fantasma, los saqueos de Pemex y tantas historias que no deben volver a pasar nunca más.