“Los grandes amigos son difíciles de encontrar, difíciles de dejar e imposibles de olvidar” (Autor desconocido).
Mira qué fuerte sopla el viento, de sólo mirar cómo se doblan los abedules, se dobla también mi ánimo, y mientras la mirada delata la frialdad existente entre los blanqueados monumentos que calladamente señalan la supuesta estancia de paz, de aquellos que a tiempo o a destiempo, tuvieron qué decirle adiós a la vida, para regresar como polvo a la tierra, que le diera estructura al barro de su origen, y parece que hablaran cuando el viento roza los bordes de la fría soledad en que te encuentras.
Prefiero, antes que acudir a observarte en la nada, sentir vivamente el viento, cuando después de recorrer el camposanto y no encontrar lo que buscaba, me encuentra a mí, tratando de doblarme como espiga de tallo frágil, queriendo vencer mi resistencia, y he aquí mi estoica figura humana, manteniendo mi estabilidad, con orgullo y con paciencia para seguir erguido, y así poder escuchar el suave murmullo de tu voz cansada.
Mira que me has movido el alma al publicar esa emotiva fotografía, donde en aquel momento de satisfactoria acción y encuentro, tres hermanos se felicitaban mutuamente por ser grandes amigos; mira que te lo digo siendo cierto, que ninguno de los tres ha muerto, porque quien ama a sus amigos sabe, que aunque alguno se haya ido, sigue estando vivo.
Vivo, sí, nuestro hermano sigue vivo, y no sólo en el recuerdo, y eso se lo debemos precisamente a quien por amor diera la vida por sus amigos.
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros, y destinado para que vayáis por el todo el mundo y hagáis fruto, y vuestro fruto sea duradero, a fin de que cualquier cosa que pidiereis al Padre en mi nombre, os la conceda.” (15:16)
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