Reconocía Albert Einstein, científico alemán nacionalizado estadounidense, que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”.

Ese carácter, esa fortaleza que poco a poco, día a día, se fue formando en cada uno de nosotros y que ha sido nuestro soporte cuando sentimos que algo nos supera y estamos a punto de darnos por vencidos.

Desde niños, aprendimos a dominar nuestros impulsos, a aceptar muchas cosas que no entendíamos y qué debíamos asumir como parte de nuestra formación, y sin embargo, aunque nos costaron algunos berrinches, enojos y frustración, podemos concluir que gracias a todo eso, se formó en nosotros un espíritu de lucha y resistencia, que nos ha permitido mantenernos de pie, enfrentando los sinsabores de la vida con valentía y determinación.

Aprendimos a comer lo que no nos agradaba, a jugar respetando las reglas, a obedecer así fuera cuestionando, a cumplir con nuestros deberes, aún cuando los amigos reclamaban nuestra presencia y colaboración, a vencer la flojera y la justificación.

Nuestros padres, sin apenas darse cuenta, fueron formando en la rutina y sin proponérselonuestra voluntad, cuando nos obligaron a hacer algo que no queríamos, en tiempo y forma, a cumplir con nuestra responsabilidad y a asumir compromisos, por más resistencia que  opusiéramos a ello.

Juan Luis Vives, filósofo humanista español, primer pedagogo que aplicó la psicologia a la educación, escribió que “No hay cosa por fácil que sea, que no la haga difícil la mala gana”, y como una escena en retrospectiva, vinieron a mi memoria aquellos días de mi infancia en que refunfuñaba enojada, en cuanto mi madre me asignaba una tarea en casa y más si me exigía hacerlo bien. Me urgía a esforzarme para lograrlo, condicionando el permiso para salir a jugar.

Me asignaba ciertas actividades que si bien implicaban sacrificio, representaban pequeños objetivos logrados y un sentimiento de superación y satisfacción que venía a compensar el mal rato, al escucharle reconocer el resultado de mi trabajo.

Así fue que aprendí desde los primeros años de mi vida, a esperar mi turno para recibir la recompensa del esfuerzo realizado, desarrollando una fuerza de voluntad que me ha acompañdo durante el resto de mi vida.

Había que esforzarme por conquistar un tiempo libre, un rato de juegos infantiles llenos de risas y alegrías, de camaradería, de correr sin parar hasta agotar la energía que me quedaba por las tardes, para buscar luego mi descanso nocturno.

La fuerza de voluntad, es fundamental para la vida adulta, toda actividad reclama su presencia, desde buscar y conseguir un empleo, y resistir los “no’s” o los interminables silencios del rechazo y no obstante volver a intentarlo; lograr una beca, el ingreso a la universidad, seguir una dieta, hacer ejercicio para bajar de peso, organizar adecuadamente el tiempo para atender las tareas del hogar sin desatender el cuidado personal y de la familia.

La constancia y la perseverancia son los pilares que fortalecen la voluntad. Es la expresión de orden y disciplina en el hacer cotidiano, es la motivación para continuar a pesar de que las cosas no se dan en el primer momento, es la capacidad de soportar el mal rato y retomar el impulso para terminar lo empezado.

Puedo darme cuenta como este preciado recurso fundamental en la vida de todo ser humano, empieza a desfallecer. Se nubla entre otras cosas, en medio de las tentaciones que ofrecen las nuevas tecnologías que todo lo facilitan.

Pero también en casa hemos permitido que se relajen las normas que conllevan responsabilidad y vemos como los adolescentes sufren cuando se les exige un mínimo de esfuerzo.

¿En que fallamos quienes ahora tenemos hijos que renuncian al primer contratiempo y no saben concentrarse y hacer bien las cosas?; se angustian y viven estresados cuando se les exige terminarlas a tiempo y no dejarlas a la mitad porque se les complican, no saben resolver y las emociones dominan sus decisiones de inmediato.

Muchos años nos dedicamos a facilitarles todo. A acondicionar su mundo de tal manera que todo estuviera resuelto y no vivieran las frustraciones que implicaron el ejercitar nuestra fuerza de voluntad.

Una encuesta realizada por la Asociación Psicológica Norteamericana en la década pasada, afirmaba que para los estadounidenses la falta de voluntad era el mayor impedimento para lograr sus objetivos, dejaban de intentarlo cuando en su camino se presentaban complicaciones.

Hoy en día esta situación se ha generalizado sin respetar nacionalidad, raza, credo o ideología, ya identificaba Víctor Hugo, afamado poeta francés, defensor de la igualdad social, este problema al citar: “A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad”.

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