Hace algunas semanas surgió una noticia atroz, aberrante, con origen en la hoy Ciudad de México y orgullosamente Distrito Federal: un hombre engañó a una niña de 14 años mediante una cuenta de Facebook, y se ganó su confianza, su amistad y mucho más: la enamoró, a grado tal que la chica abandonó su hogar para huir con el “amor de su vida”.
Nada más falso: el hombre, físicamente grotesco, de edad no precisamente juvenil y condiciones paupérrimas había engañado a la chiquilla para llevársela y violarla.
Afortunadamente, algo o alguien -que no consigna la nota- permitió que se diera cuenta la familia y la chica está a salvo.
Nos lleva a diversas reflexiones, sin duda alguna.
La niña tenía una cuenta de Facebook, cuando no está permitido a menores de edad según la ley y las leyes de casi todos los países. Nada hay más fácil que alterar la edad en la solicitud para que Facebook te admita y se acaba el problema.
Miles -millones- de niños y niñas están expuestos a esta y otras redes sociales en donde han alterado su edad y no tienen problema.
El asunto no es la infracción administrativa que ha cometido la usuaria, sino la pregunta es: ¿Dónde están sus padres?
Se supone que los que tenemos hijos somos capaces de educarlos, o al menos, estamos aprendiendo a hacerlo, pero tenemos errores como todo ser humano; uno de ellos es el referente a vigilar a nuestros hijos sin asfixiarlos, es decir: somos los responsables de su formación pero debemos darles las libertades que les permitan formar su carácter pero hay que dejarlos que aprendan a tomar sus decisiones dentro de un marco legal, de respeto y de una “normalidad” que hemos determinado como padres, sin que lo anterior quiera decir que no nos equivoquemos.
Compramos a nuestros hijos un teléfono móvil con servicio de Internet de cualquier compañía, datos libres y muchas cosas más: el resultado es recibir una cara ya no de satisfacción de ellos, sino de “te habías tardado”, y bueno, ya conectados, no podemos tener control sobre los contenidos que manejan: nadie puede hacerlo y miente el que diga que sí, porque habrá tiempos en los que los hijos tengan plena libertad para conectarse, a escondidas o no.
¿Cómo hacer que nuestros hijos no manejen recursos con material y contenidos no aptos?
Difícil, sin duda alguna, pero necesario establecer parámetros de niveles de estos, pero la forma no es fácil y lo saben quienes estudian la conducta humana.
Entonces, se nos antoja que podríamos dedicar unos minutos al día a los hijos para saber qué y como piensan, y la forma en que ven la vida para poder orientarles o darles un unto de vista que les ayude a formar su carácter, a madurar, a ser lo que quisiéramos que sean, sin robar su personalidad y su individualidad.
Enterarnos de cuales son sus gustos y hacerles ver lo que no conviene que manejan, aborden o revisen, con argumentos sólidos. No estamos en tiempos en que decíamos -o nos decían- “te va a castigar Dios” y bastaba; hoy, si le decimos eso a un chico o una chica nos dirá seguramente: “Y donde está el soporte de que Dios castiga”.
Quien castiga es uno mismo con su ineficiencia, su inmadurez, y ellos tendrán el pago a sus acciones, por lo que, como padres, tenemos la forme obligación de ayudarles a formar su personalidad sin abrumarlos.
Es tiempo de hacer ver a los hijos que las redes sociales tienen sus cosas buenas y muy malas, que no son la panacea ni el milagro de la vida. Ubicarlos en una realidad donde las mentiras se convierten en “trending topic” o tienen más “likes” que nada y las hacemos realidad.
Y para muestra, hay que ver un perfil y sus publicaciones absurdas, carentes de criterio y lógica, donde lo mismo denostan a alguien que hablan de otro como si fuera un Dios.
Es hora de poner las redes en su lugar, sin menospreciar, pero sin dar más valor que el que tienen. Urge, por nuestros hijos, dejar de estar navegando en nuestro Face por unos minutos, en bien de ellos.

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