Hace algunos años, cuando mi hija Katty cursaba el bachillerato en la Escuela Preparatoria de la Universidad Valle de Bravo, ubicada en el 8 Matamoros y Guerrero de esta ciudad capital, realizó una tarea escolar, junto con unos de sus compañeros, consistente en entrevistar a Don Vidal Efrén Covián Martínez, que en aquella época ostentaba el cargo de cronista de nuestra ciudad. Recuerdo que para su edad y poca experiencia, el trabajo de los muchachos fue muy bueno, y lo acompañaban con una serie de fotografías que le habían tomado al profesor Covián Martínez, llamándome la atención sobremanera que los había recibido en su casa, en forma por demás sencilla, en lo que seguramente era su oficina, la cual lucía con una muy evidente saturación de material, la mayoría, presumo, de contenido histórico, distribuido muy al estilo del ilustre cronista, y al ver la escena,  pensé que para mi gusto, se apreciaba un tanto desorganizado el espacio.

En aquel entonces, el que narra, estaba  iniciándome como articulista y tenía en mi casa, en lo que he considerado mi oficina o taller de trabajo, acaso dos o tres cajas llenas de material literario, fotografías, recuerdos de la infancia y demás, que iba acumulando conforme pasaba el tiempo, y  que procuraba que estuvieran en un sitio donde no le  significaran  un estorbo a mi esposa, el hacer el aseo correspondiente, más, al poco tiempo, metí un archivero de cuatro gavetas al que igualmente saturé de documentos,  y me vi en la necesidad de comprar poco a poco cajas de archivo, y aquello parecía, al cabo de los años, como un sótano de alguna dependencia oficial, donde se acumula el archivo muerto, donde se llegó en un momento determinado a tal reducción de área, que apenas  si podía asomar la cabeza cuando estaba trabajando en la elaboración de algún documento de mis múltiples actividades: salud, educación, política, poesía, sociales, reflexiones, guiones para teatro de la salud, ensayos de novela, fotografías. Fue entonces, cuando mi mujer me puso un ultimátum, recuerdo que se dirigió a mí con aquella frase célebre de: “O te deshaces de tanto mugrero o me compras otra casa”, y la verdad, lo de comprar otra casa me pareció imposible, por lo que le prometí deshacerme de algunos de mis preciados archivos. Por varias semanas revisé cajas y cajas, pero, todo me parecía importante y valioso, pues se trataba de la huella que estaba dejando en el mundo, y que sería la herencia que habría de dejarle a mi descendencia; por lo que decidí pedirle a mi madre me guardara “unas cajitas de material importante”, mi amorosa madre, admiradora de mi talento, no dudó en guardar tan valioso legado, y con el paso de los años, iba aumentando el número de cajas que le llevaba a mi madre, quien, cada vez que realizaba una remodelación de su área de trabajo o casa, me pedía amorosamente, revisara las valiosas cajas que tenía en custodia, hasta que llegó el funesto día en que con el mismo amor, pero con más energía me dijo: “O sacas este mugrero de mi casa o te desheredo”, resignado a no verme despojado del amor de mi madre, que para mí es la mejor herencia, decidí revisar algunas de mis cajas,  resguardo del legado de un hombre incomprendido en su tiempo. Empecé por la caja número 0001, en cuya etiqueta decía “ Mis primeros encuentros y desencuentros en la vida”  y contenía : Pelos de  mi primer mascota o sea  mi perro Lanas, el pedazo de vidrio que se me enterró en el talón izquierdo, la vaina de frijol o ejote disecado del primer experimento botánico en mi infancia, etc. etc., decidí no abrir las siguientes cajas hasta la 0015; ésta me traía muchos buenos recuerdos, en la etiqueta decía “Salomón enamorado” y contenía, igual que las subsiguientes cajas, hasta la 0021, las cartas de amor que le escribí a María Elena, moví la cabeza como signo de incredulidad ¿Cómo fui capaz de escribirle una carta o dos diarias durante tanto tiempo?. De la caja No. 0022 a la 0032, las etiquetas lo decían todo: “Matrimonio: Adiós a los muchachos”  “Un rincón cerca del cielo: nuestra primera casa” “A marchas forzadas: trabajando y estudiando” “El premio mayor: El nacimiento de mi primera hija” “Sufrir me tocó a mí: mi primer acercamiento con la equidad de género: lavar pañales, planchar, hacer la comida, y más menesteres del hogar” “Licencia para salvar: Mi titulación como médico” “Ahora soy rico: la llegada de  mis otros dos hijos” “Nosotros los pobres: no nos alcanza para pagar los gastos”. De la caja 0033 a las subsiguientes, se encuentran: “Nadie es profeta en su tierra: Mi destierro a ciudad Mante” “La ida y vuelta a Mante durante 6 años” “Arre mi burrita: mi primer auto” “Mi vida pública: médico, docente, promotor, político, articulista, poeta, filósofo” Y mi nuevo archivo contiene: “Yo pecador” “De la mano con Jesucristo” “Aspirante a discípulo del Señor” “Mensajero del evangelio de Jesucristo” y lo que se acumule.

Por cierto, el otro día tuve un sueño, tocaba las puertas del cielo y San Pedro me recibió con agrado, apenas iba a presentarme cuando el padre de la Iglesia de Cristo me dijo, ya sé quién eres, quien fuiste en la vida y el Maestro sabe qué quieres y la verdad es que no hay espacio en el cielo para almacenar tu dichoso legado terrenal, así es que te manda decir Jesucristo: “O tiras todo el mugrero o te buscas otro cielo”

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