Habrá quienes piensen que es una bravuconada del Partido Revolucionario Institucional en Tamaulipas.

El tema es el expuesto por su dirigencia estatal a fines de la semana pasada sobre la multicitada posibilidad de una alianza electoral con Acción Nacional en el 2022, para buscar la gubernatura del Estado, en donde también estaría involucrado el Partido de la Revolución Democrática.

Todos o la mayoría deben saberlo: El presidente del Comité Directivo Estatal del PRI, Edgar Melhem condicionó esa suma de membretes a que el candidato de la presunta coalición emane del tricolor.

Y estalló el Olimpo azul. Los dioses y semidioses panistas montaron en ira ante lo que tomaron como irreverente osadía. Saltaron rayos y centellas contra el jerarca del ex invencible, a quien lo menos que le endosaron a su postura fue el ser protagonista de una ocurrencia guajira.

Pero ¿En verdad es una ocurrencia?

En lo personal, no lo percibo así.

El propio líder priísta puso el dedo en la herida. En una parte de su señalamiento, aludió al innegable desgaste sufrido por el PAN en los últimos cinco años en Tamaulipas y la evidente tendencia a continuar en ese declive en el período que le resta para dejar el poder estatal. No hay vuelta de hoja ni hay que ser un analista plus para decirlo: Melhem dijo la verdad.

Una muestra local permite asomarse a esa realidad, derivada de la sucesión de la presidencia de Ciudad Victoria, tal vez el municipio más castigado durante dos años por la administración estatal que está a poco más de un año de despedirse.

¿Qué sucedió en ese proceso?

A pesar de contar con una excelente candidata, quien realizó en pocos meses un muy eficiente trabajo previo al frente de esa comuna, el panismo enfrentó una sorpresa: La votación alcanzada por el abanderado priísta, Alejandro Montoya.

En forma inesperada, el candidato priísta se posicionó mucho más de lo que se preveía, evidentemente no sólo por la figura de Montoya, sino de manera primordial por el rechazo generalizado en esa capital a votar a favor de Acción Nacional.

Esa experiencia debería generar luces de alerta en el panismo tamaulipeco. Aunque pudiera ofrecer al electorado trayectorias desde aceptables como la de Gerardo Peña hasta magníficas como la de Jesús Nader, el problema tiene un nombre: Etiquetas.

Mientras la etiqueta de MORENA parece ser capaz de hacer ganar a cualquier candidato, la del PAN sufre una reacción contraria: No para hacer perder en forma irremediable a su representante, pero sí para hacerlo o hacerla pasar las de Caín para obtener un resultado positivo a su causa.

Una opción razonable podría ser la planteada por Edgar Melhem: Un candidato priísta o por lo menos emanado de esas filas, quien obligadamente tendría que ser una figura fresca, que despierte confianza, sin historias que lo aten al pasado reciente y con real identificación social. Las hay y no necesariamente como militante oficial del tricolor.

En resumen y como señalé en una colaboración anterior, esta decisión debe someterse no al simple consenso o definir “a quien le toca” o “a quien se la deben”, sino a un estricto ejercicio de supervivencia.

En la virtual ley de la selva que rige en la política actualmente y en donde Tamaulipas no es ni remotamente una excepción, la disyuntiva para el PAN parece que debe regirse por la teoría de la evolución darwiniana, hoy más certera que nunca:

No sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapta al cambio…

 

LA FRASE DEL DÍA

La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces”….

Winston Churchill,

 

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