En aquel entonces, no había más que la ilusión que impulsaba la voluntad de proceder con entrega vocacional, responsabilidad, honestidad intelectual y práctica; y para demostrar que estaba hecho para ser médico, me esforcé más allá de mis límites, y de inicio, tuve que enfrentar el hecho de ponerme a prueba, para comprobar que el conocimiento adquirido en la academia, sustentaría sólidamente mi práctica, con fiel apego a los valores y normas establecidas; más está escrito, que en el camino son muchos los llamados y pocos los elegidos, que por su afán, pueden salir bien librados de la influencia negativa de los atajos que suelen tomar muchas personas, que si bien, son profesionistas, no tuvieron más vocación que la de mantener un estatus dentro de los valores que privilegian otro tipo de cualidades, muchas de éstas, ligadas a la naturaleza social, que es promovida mayormente por la competencia desleal, impulsada por los favoritismos, el influyentismo, que mucho ha dañado los procesos destinados a la búsqueda del muy nombrado y anhelado bienestar, que por cierto, hoy enarbola el gobierno federal en la búsqueda de una transformación, misma, que tendría que empezar con cada uno de los individuos que en realidad desean un cambio verdadero, y no sólo pintar de colores o cambiar de nombre los programas sociales.

En aquel entonces, mi vida se empezaba a transformar, salí del hogar, del mucho o poco bienestar que se generaba en el interior del mismo, para buscar el bienestar de los demás, con el conocimiento que con mucho esfuerzo y sacrificio había logrado, porque si bien es cierto que cuando existe una voluntad inquebrantable de llegar a la meta, no se puede pasar por alto todos aquellos factores que van saliendo en el camino y tratan de frustrar tus más caros anhelos.

Sí, emprendí la práctica de mi carrera profesional, siendo médico de las comunidades marginadas, entonces supe también, que desde entonces, sería como mis hermanos, un médico marginado de la comunidad, donde la famosa transformación de cada quien, iniciaba construyendo la estructura que alojaríala matriz del nacimiento del poco o mucho bienestar que se puede generar desde ese estrato.

En aquel entonces, también existía un lema para los que nos atrevíamos a defender la dignidad humana, este era: No pensar, no moverse, no hablar más que lo necesario; esto, de acuerdo al código de los que ostentaban el poder;sólo se te permitían destellos de inteligencia, pero éstos deberían de ser del menor voltaje posible, porque de esta forma, tu luz no llegaría a reflejar la sombra de los beneficiarios de la gracia de sus majestades en turno.

Escalón por escalón, subir uno a uno con mucho esfuerzo, y luego tener que soportar que se te bajaran dos escalones y empezar de nuevo, mientras a los que se consideraban mansos y obedientes, se les iba premiando, y con esos premios, también se les iba comprando la voluntad y la dignidad.

Hasta ahora comprendo por qué Jesús citaba aquello de que el único bueno es Dios, porque bien sabía que los seres humanos somos tan volubles, tan débiles, tan proclives a la tentación.

En aquel entonces, no sabía en realidad quien era yo, pero fui sometido a tantas presiones y bajezas, que aprendí que lo único bueno que poseo es mi férrea voluntad de mantener intacta mi dignidad.

No soy un hombre bueno, porque si lo fuera, el presente escrito no estaría reflejando un malestar que vivo cada vez que la llamada esperanza llega a tocar la puerta de las oportunidades, para cambiar algo, pero no necesariamente para lograr el bienestar de nuestra comunidad, porque los cambios, desde mi particular enfoque, deben de iniciar en cada uno de aquellos que tratan de promoverlos.

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