La semana pasada fue la semana estatal anticorrupción en la cual me invitaron como panelista para platicar las luchas que hemos tenido desde la sociedad civil organizada y las persecusiones que nos han hecho. Al estar analizando lo que iba a decir en el foro llegue a esta reflexión.
La ética en la polÃtica, un concepto que deberÃa ser el faro moral que guÃa a quienes toman decisiones en nombre de la sociedad, se encuentra en un estado deplorable que invita a la reflexión. En teorÃa, la polÃtica deberÃa ser la manifestación más elevada de la ética, un espacio donde los lÃderes se esfuerzan por el bien común y toman decisiones basadas en principios sólidos. Sin embargo, la realidad actual parece distar considerablemente de esta visión ideal.
Una de las razones fundamentales de esta brecha entre la ética y la polÃtica radica en la naturaleza misma del poder. El poder, a menudo, corrompe y tienta a aquellos que lo ostentan a desviarse del camino ético. Las decisiones polÃticas, en lugar de ser impulsadas por la búsqueda del bienestar colectivo, a veces se ven distorsionadas por intereses personales, partidistas o económicos. Las tentaciones éticas parece eclipsar la visión de los lÃderes, llevándolos por caminos que, en un principio, juraron evitar.
La falta de consecuencias significativas por comportamientos éticamente cuestionables también contribuye a la distancia entre la ética y la polÃtica. La impunidad ante actos corruptos o decisiones moralmente dudosas crea un ambiente en el cual los polÃticos pueden actuar sin temor a represalias. Este vacÃo de responsabilidad fomenta la repetición de comportamientos poco éticos, erosionando aún más la confianza pública en las instituciones polÃticas.
Además, el sistema polÃtico mismo, en muchas ocasiones, perpetúa prácticas que se alejan de los principios éticos. Las luchas partidistas, la polarización y la competencia feroz por el poder a menudo eclipsan la búsqueda del bienestar colectivo. Los lÃderes polÃticos se encuentran atrapados en una telaraña de intereses partidistas, donde la lealtad a la ideologÃa puede prevalecer sobre la ética. Este entorno dificulta la adopción de decisiones basadas en principios universales y valores éticos compartidos.
Para acercarnos a la ética en la polÃtica, se requiere un cambio cultural y estructural. Es necesario cultivar una cultura polÃtica que valore la integridad y la transparencia, donde los lÃderes sean responsables ante la sociedad y ante sà mismos. Asimismo, se necesita reformar las estructuras institucionales para garantizar que existan consecuencias significativas para aquellos que se aparten de los principios éticos.
La distancia entre la ética y la polÃtica no es insalvable, pero su reducción exige un esfuerzo conjunto de la sociedad y de los propios lÃderes polÃticos. Solo mediante la adopción de prácticas éticas, la rendición de cuentas y la construcción de un sistema polÃtico más equitativo podremos aspirar a una polÃtica que refleje los valores éticos que todos anhelamos.