¿Cuántas veces te ha sorprendido la noche observando el atardecer? ¿Cuántas otras estuviste ahí, aparentando no saber lo que esperabas? En lo que a mi toca, acudía por las tardes, con relativa frecuencia, a un lugar solitario, cuando tenía la esperanza de salir de mis dudas existenciales, para acallar mi angustia por la lejanía de mis seres amados o para encontrar respuestas de aquello que parecía incomprensible.
Esperar, siempre ha resultado ser un acto que condiciona ansiedad por lo que ha de acontecer, y por lo general, suele acompañarse por la incertidumbre; pero a decir verdad, el que espera, está en aquel espacio y en aquel momento del tiempo, por algún motivo real, de otra forma, resultaría ilógico estar, sin saber por qué se está.
Entonces ¿cuál será la razón por la que algunas personas, sufren un bloqueo mental y entran de forma voluntaria a lo que irónicamente podríamos llamar un estado temporal de amnesia, simulando no saber lo que esperan de algo que seguramente ya tienen conocimiento? Desde mi muy particular enfoque, todo se traduce a tener miedo; cada quien debe saber a qué o a quién le teme, pero como esta emoción contempla, dentro de sus características más sobresalientes la de tener un efecto paralizante; sin duda, los seres más sensibles, los que son portadores de una personalidad dependiente, a los que los lleva a no poder enfrentar solos los retos que les depara la vida.
Por otro lado, se puede buscar, de entre lo que seguramente no reportará un resultado deseado, aquello que no requería de ninguna búsqueda, porque, el que se teme a sí mismo, siempre eludirá la verdad de lo que genera sus temores.
Aquella tarde, me ausenté de todo lo acostumbrado, para huir de mis preocupaciones, me senté a la orilla del límite de lo finito y lo infinito, dirigí la mirada más allá del alcance de mi vista y pude contemplar cómo el día le cedía gustoso, momentáneamente, el espacio a la noche, porque tenía la seguridad de que en un abrir y cerrar de ojos regresaría.
enfoque_sbc@hotmail.com