En una ocasión acudió a mi consulta un paciente quejándose de que podría tener un problema de “doble personalidad”, después de escucharlo atentamente, le comenté que su situación requería de un especialista en salud mental, pero el hombre insistió en que yo lo tratara, refiriendo que había sido ampliamente recomendado, le pedí con respeto el nombre de la persona que me recomendaba, pero, él dijo, que guardaría esa información hasta que terminara la consulta, como no pude convencerlo de que buscara ayuda con el especialista señalado, acepté conocer su caso, y entonces empezó a contarme la siguiente historia: Me casé muy enamorado… bueno así lo sentía en aquel momento, pues desde que conocí a la mujer que sentí llenaba todas mis expectativas, no quería pasar ningún momento sin estar con ella, al principio no hablamos de matrimonio, pues ambos teníamos planes personales para mejorar nuestra situación laboral y económica, pero continuamente platicábamos con vista al futuro hogar; nuestro noviazgo fue maravilloso, ella era muy divertida y le gustaba socializar, nunca se negó a acompañarme a los festejos de mis amigos, así como yo cumplía con los compromisos sociales de ella, mis amigos se hicieron amigos de ella y yo procuré que sus amistades también fueron mis amigos, todo marchaba excelentemente bien, hasta que mis amigos empezaron a formalizar sus compromisos matrimoniales, al principio, nosotros nos reíamos de la situación, y en broma les decíamos que no sabían en lo que se estaban metiendo; mientras que nuestra relación era inmejorable, de hecho todo lo hacíamos juntos, así es que no existía esa situación posesiva que ocurre muchas veces en los matrimonios, el principio de libertad era rector en nuestra relación, al poco tiempo, nuestros amigos empezaron a tener más compromisos familiares y empezamos a extrañar aquellas fabulosas reuniones, de hecho, cancelaban frecuentemente algunos de nuestro acostumbrados compromisos sociales, entonces se me ocurrió pensar, que tal vez ya no encajábamos por nuestra vida de solteros y le propuse matrimonio para estar acorde con la situación social de la mayoría de nuestros amigos; ella me preguntó si ya lo había pensado bien y yo le dije que no tenía que pensarlo, que el hecho de que hubiese un papel de por medio no significaría hacer muchos cambios en nuestra vida, seguiríamos con nuestras animadas rutinas; al fin la convencí y trabajamos en organizar nuestra boda, todo salió a pedir de boca, nos acompañaron todos nuestros amigos y ahora sí me sentía dentro del grupo de los matrimonios, todo marchaba de lo mejor, hasta que un día me dijo que estaba embarazada, no niego que me dio mucho gusto el saberlo, pero por otro lado, también me dio miedo, porque tendríamos ahora sí que preocuparnos por una persona más, pero cuando se es joven sentíamos que no hay ningún obstáculo que podamos vencer, empezaron las visitas al ginecólogo, después pláticas para padres, en fin, queríamos estar preparados para el gran acontecimiento, y cuando llego nuestro hijo, entonces empezamos a vislumbrar los primeros sucesos que se traducirían en dificultades y generaban pequeños roces por los desacuerdos en cuanto a la distribución equitativa de los roles como padres, no era lo mismo la teoría que la práctica; las desveladas, los cambios de pañales frecuentes, la alimentación continua del bebé, terminó por agotarnos, fue en esa etapa en la que empezamos a ver nuestras diferencias; frecuentemente nos culpábamos cuando las cosas no salían como lo esperábamos; aparecieron algunas enfermedades propias de la infancia y llegó con ellas otra prueba, sobre todo, porque ambos trabajábamos y las desveladas nos dejaban sin energía, sin darnos cuenta se empezó a abrir una brecha que inicio como una pequeña fisura en nuestra relación y amenazaba con convertirse con el tiempo en una verdadera falla. Ambos nos percatamos de ello y tratamos de mejorar en lo que pudimos, pero de nuevo salían a relucir las diferencias en el reparto de responsabilidades, yo me fui alejando, tratando de huir de la situación, y frecuentemente me sobraban pretextos para salir de casa, y me reunía con mis amistades, y entonces salía a relucir ese sentimiento de infelicidad que se fue arraigando en mi ánimo, mis amigos me recordaron, cuando yo me burlaba de su situación, una vez casados y algunos ya habían superado las duras pruebas que nos pone la vida para saber de qué madera estamos hechos. La verdad, médico, yo siempre me justificaba, pues me daba la razón, y la culpaba a ella de todo lo mal que la estábamos pasando; en algún momento nos sentimos como verdaderos enemigos, de ese tamaño estaban las cosas, entramos en una zona muy riesgosa para nuestra relación, usted sabe de lo que estoy hablando. Al poco tiempo las cosas llegaron a ser tan deprimentes, que apenas nos dirigíamos la palabra, simulábamos ser ante los demás como una pareja todavía en armonía. Entonces, un día empecé a notar un cambio en la forma de ser de mi esposa, ella ya no discutía conmigo, empezó a ser más complaciente, todo ese cambio me dio mala espina y pensé que ya estaba empezando una nueva relación, la empecé a vigilar, pero para mi sorpresa no encontré ningún soporte para confirmar mi sospecha, eso me hizo reflexionar e hice un análisis retrospectivo sobre nuestra situación y curiosamente encontré, en situaciones sin importancia, algunos de los motivos evidentes de nuestros desencuentros y fue entonces cuando me dije: Ese no soy yo y decidí hablar con ella y amablemente me escuchó y me contó, que en una ocasión acudió a su consulta y que usted, después de escucharla y realizar lo conducente, llegó a la conclusión que todo su malestar se originaba por problemas emocionales, y le dio una amplia explicación de todo lo que puede sucedernos a aquellos que enfrentamos esos desequilibrios. Ahora ya sabe quién lo recomendó y le agradezco que me haya dedicado estos minutos para escucharme; nuestra relación ha mejorado mucho, desde que estamos llevando un programa especial con un terapeuta familiar, yo sólo vine a conocerlo y a darle las gracias.

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