Que el color más vivo de la armonía de la siempre grata y cordial naturaleza ilumine mi existencia y de lucidez a mi conciencia; que el calor del sol mantenga la energía de mi cuerpo, para que siempre se conserve tibio para agradar con mi presencia la vida de otro cuerpo; que mi pensamiento se abstenga de guardar lo que me daña y que sólo reciba la bondad de las palabras que promueven la alegría.
Que mis ojos vean a través de todo tiempo, sobre todo, de aquél en el cuál rebosaba mi optimismo y contagiaba las ideas saludables que animaban la de construcción positivamente del destino; que el aroma de las flores no se pierda en el espacio donde corre veloz el aire que enfría las buenas relaciones, que perduren para siempre la amistad y los amigos.
Que de mi boca salgan las palabras sanadoras del cuerpo y de alma, que nunca pierda la calma ante tantos desafíos; que se escuchen y se escuchen claro aunque apenas sean perceptibles por su tono suave para que no genere irritación a los oídos muy sensibles; que no siendo yo el motivo del enojo, vean la ocasión para dejarme en el alama cicatrices.
Que piensen en mí como un hermano y no como un despojo de ser humano que a pesar de los obstáculos se afanó todo la vida por servir, que aquel que me busque me encuentre y encuentre en mí lo que quería, para que mi vida sea motivo de alegría y consuelo cuando la tristeza le cause tal fatiga que no tenga ganas de vivir.
Que mis acciones sean siempre sanas, que mis errores no se conciban como malas intenciones; que me perdonen por ser humano si alguien encuentra en su muy digno modo de vivir, algo que pueda distinguirlo como diferente a sus hermanos, porque he de recordarles a los que se ufanan de tal honor, que bueno sólo Dios y en lo que a mí respecta como él no hay dos.
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