Entre que se enfrían y no nuestros anhelos y el entorno existencial, la vida sigue, pero en realidad nada es igual, porque es de aceptarse que todo lo material cambia, pero el espíritu mantiene la firmeza que lo distingue desde su origen, por eso reclama con razón, porque quien se deja vencer por el tiempo, entrega además del cuerpo, el alma.
Y qué decir de la calma que solía aparecer cuando se podían medir las consecuencias de las malas decisiones, tomadas al calor de un enojo, mismas que ocasionaban un caos emocional, sobre todo cuando predominaba la amarga sensación que nos invitaba a reflexionar, sobre lo que ocasionaba el malestar y que de estar equivocados por haber actuado mal, se generaba en el ser, una sincera disculpa, más, si había daño moral en la persona ofendida, se daba paso a un sincero arrepentimiento, pudiendo llevar consigo la pena el tiempo que fuese necesario, hasta sentir que ya se había saldado la cuenta.
Entre que se enfrían y no nuestros anhelos y el entorno existencial, ocurren también otros eventos desagradables, uno de ellos es el sentimiento de abandono que invade al ser humano cuando se presenta la disminución de las capacidades y potencialidades conforme se van acumulando los años.
Se dice que el envejecer más que biológico, es un proceso mental que se basa en la influencia de la actitud, la mentalidad y los factores psicosociales que mejoran la calidad de vida y salud; situación válida si permanece intacta la capacidad de reinventarse para ser una mejor persona y enfrentar los retos que se van presentando cuando los años suelen pesar más que los pensamientos.
Los seres humanos estamos conscientes de que hay un principio y un fin, pero, se niega a aceptar este último, de ahí que los que tienen plena conciencia, busquen alternativas para alargar lo más posible el finiquito de las funciones esenciales y especiales, para poder sostener el preciado significado de estar vivo; mientras que la gran mayoría prefiere aprovechar al máximo el tiempo a edades tempranas, derrochando salud y energía sin la dosificación necesaria para mantener un equilibrio entre los estados físico, mental y el entorno social donde nos desarrollamos.
Mientras que podamos generar nuestro calor interno y mantener a raya el frío del cada vez más caótico entorno, tendremos la esperanza, si cultivamos la maduración de la plena conciencia, de llegar a tiempo al llamado fin de nuestras funciones biológicas con la satisfacción de haber vivido una vida plena.
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