De tanto buscar lo que anhelaba, me encontré con unas huellas, de tanto seguirlas y mucho caminar, llegué hasta la última impresión de ellas; estaban ahí, sembradas en la tierra, esperando mi llegada; detuve por ello mi marcha pensando que por fin había terminado la búsqueda desesperada; y en aquel sitio tan alejado de la nada, con un calor insoportable, con hambre, con sed incontrolable, consentí a sentarme a esperar con toda calma; dirigí la mirada al frente, atrás, a los lados, y me encontré con la soledad, ahí estaba, tan seria, tan callada, tan pálida, tan dispersa e intangible. Después de tanto esperar y de no escuchar, no ver y no sentir nada, curioso, miré en mi interior confuso, esperé a que todo se aclarara, y al surgir la luz del entendimiento e iluminar la razón de mi sentir, me vi reflejado en un espejo y detrás de aquel infinito universo, me encontré de nuevo el rastro de aquellas huellas que en el exterior se habían esfumado, pero despierto como estaba como cuando llega la luz al nuevo día, inmediatamente y sin tropiezo, supe que me estaban esperando, para continuar aquel viaje inesperado, y me dejé llevar por ellas, así como el aire del otoño arrastra las hojas del árbol de la vida, pero para mi sorpresa, en esta ocasión, ya no necesité caminar, mi cuerpo era tan sublime, tan etéreo, tan liviano que flotaba; entonces me elevé, me vi flotando sobre ellas y sin dificultad, sin fatiga, sin nada que pudiera quebrantar mi voluntad empecé a volar, y mi anhelo se desplazó más rápido de lo esperado, como queriendo regresar al punto de partida, aquél que en mi exterior, se encontraba el sitio donde había comenzado la anhelada búsqueda para encontrarme conmigo mismo, para calmar mis angustias, para felicitar mis aciertos, para despojarme del miedo a reconocer que mucho de lo que he estado buscando siempre ha estado conmigo.

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