Ayer, en Tampico, cuando fui estudiante de medicina, uno de mis maestros nos asignó la tarea de elaborar una historia clínica a un paciente internado en la sala de adultos del Hospital Civil Dr. Carlos Canseco, con cierta timidez me presenté ante él, quien por cierto, ya había sido notificado de nuestra visita y práctica por la enfermera responsable de la sala.
El paciente se encontraba sentado en el bode de la cama y lucía recién bañado, portando una bata limpia de algodón, su pelo cano impecablemente peinado, bien rasurado; mas, la expresión de la cara denotaba una indiscutible tristeza, de inmediato pensé, que el origen de la misma era motivado por su padecimiento; le expliqué en qué consistía mi práctica y anticipadamente me disculpé por las molestias que pudiera causarle, y procedí a iniciar con el interrogatorio sobre sus datos generales.
Antes de contestar mis preguntas, el paciente me pidió que le hablara en voz baja, sin preguntar por qué me pedía eso, acepté su amable petición. Me sorprendió saber que era un profesionista, que tenia 2 hijos y era divorciado; que se encontraba ahí convaleciendo por una afección nutricional causada por su adicción al alcohol, misma, que fue el condicionante de la mayoría de sus desgracias personales.
La confianza se fue dando entre los dos, y conforme pasaban los minutos, el colaboró de buen agrado en todo el proceso, y al término del mismo, antes de despedirme, le pregunté sobre el por qué me había pedido que hablara en voz baja y me respondió lo siguiente:
– Cada vez que alguien me hablaba con un tono de voz enérgico sentía el peso de un reproche; cuando niño, recibí muchos de ellos de parte de mi padre, la mayoría motivados por mi inocencia; en la escuela primaria parecía que mi maestro hubiese recibido instrucciones para hacerme contantes reproches, algunas veces, porque mi letra no le agradaba, otras, porque decía que no ponía atención en la clase. En la secundaria siguió lo mismo, sin preguntarme me asignaron un taller que no era de mi agrado y mi desempeño fue pobre, el maestro me recordaba que debido a mi incompetencia no pasaría de la secundaria, y cuando la terminé, estaba decidido a trabajar, mi padre pensó que era lo mejor que podía pasarme y me consiguió un trabajo con uno de sus amigos, pero resultó una experiencia poco grata, pues no tuve habilidades para desempeñarlo, porque mi empleador nunca tuvo confianza en mí, porque mi padre le dijo que era un bueno para nada; así es que al término de un año me despidió. Mi madre me convenció para que regresara a la escuela, pero mi padre me exigió que trabajara para que pagar las colegiaturas y así fue como ingresé y terminé la preparatoria nocturna y fue ahí cuando uno de mis compañeros me motivó para ingresar a la universidad, la cual logré hacerla a base de muchos sacrificios y un montón de reproches de parte algunos de los catedráticos, que porque llegaba cansado y en ocasiones me dormía o porque los trabajos no tenían la presentación solicitada.
Al terminar la Universidad conseguí un buen empleo y entonces conocí a la mujer que se convertiría en mi esposa, al principio todo iba muy bien, pero después, le pareció que debería de esforzarme más para tener una mejor vida y así fue como trabajé turnos dobles, lo que me daba poco tiempo para estar con ella y con nuestros dos hijos, seguramente eso fue lo que motivo que a los 5 años de casados me pidiera el divorcio, y al no poder convencerla para que se quedara conmigo, por fin consiguió lo que quería y además de llevarse a mis hijos, también se quedó con casi todos los bienes que habíamos adquirido.
El hecho me ocasionó un trastorno depresivo, el cuál no me traté como es debido, preferí relajarme tomando bebidas alcohólicas, provocándome con ello una adicción que con el tiempo me afectó el hígado y en una ocasión en la que me encontraba muy intoxicado, a punto de perder el conocimiento, escuché una voz que me hablaba suavemente y me pedía me levantara, que ya habían sido muchas las caídas y era tiempo de seguir por el camino correcto, al poco tiempo me vi en este hospital, curiosamente el médico que me atiende quedó sorprendido de cómo mi alcoholismo no me hubiera ocasionado un mal hepático irreversible, y me dijo, que lo más grave era la desnutrición que presentaba, y desde entonces, poco a poco me he ido recuperando, y espero el momento para salir de aquí como un hombre nuevo, por eso le pido joven que me hable en voz baja , porque no quiero olvidar a quien me dio aquel consejo, porque quiero tener una vida nueva.
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