Y si se me olvida todo, me dijo sonriendo con cierta ironía; entonces le contesté: pero si estamos al principio de todo. ¿De todo? No lo creo. Sí, de todo. No entiendo, explícate, me dijo mostrando extrañeza, porque la situación parece indicar que ha llegado el fin. ¿El fin de qué? Le respondí con cierto enojo. No lo sé, me respondió bajando la cabeza, dirigiendo la mirada al suelo, como si algo se le hubiese perdido, por eso le pregunté: ¿Te ayudo a buscar? No, lo que yo busco, aunque pareciera o debiera estar en el suelo, se encuentra en otro lugar. ¿En dónde, si se puede saber? Le dije sin poder disimular mi desconsuelo. Lo que busco se encuentra en medio de la nada, o sea,  en cualquier parte o en ningún lugar; por eso, con dificultad, pudiera yo iniciar la búsqueda, porque si se tratase de considerar el recorrido de mi vida por el tiempo, he de decirte, que cuando pensé que había llegado a tiempo, ya era demasiado tarde, y además, resultó que caminaba por el camino incorrecto, esto lo sé, porque siempre, al final del mismo, me encontraba con aquella encrucijada, y la duda me asaltaba, preguntándome qué camino seguir.

Tienes razón, el encontrase en medio de la nada, prácticamente te borra todo aquello que pudo iluminar tu camino para que no perdieras pisada, pero mira lo que son las cosas, yo puedo recordar todavía cómo toda buena emoción era como una brillante luz que salía del corazón y todo parecía tan claro, que hubiese asegurado que no habría obstáculo en el camino que te hiciera tropezar o impedir, que aquellos destellos de felicidad te hicieran sentir vivo, cuando la sombra de las preocupaciones te hacía sentir todo lo contrario.

Al elaborar el siguiente diálogo, alguien me preguntó que con quien hablaba; yo le respondí, que con quien quiera escucharme; y ¿quién querría escucharte? el mejor escucha, respondí, es la conciencia.

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