Los cuatrocientos años de Tula han dejado en sus cuatro siglos iconos relevantes para la época contemporánea, más que historias y personajes son historias que deben contarse, pero sobre todo escucharse.

Desde un piano olvidado en el rincón de una casona antigua de las más de 20 ubicadas en el primer cuadro de la ciudad, hasta el relato de un enigmático reloj que es contado boca a boca y con distinta expresión e indiscresión de sus habitantes y visitantes

La mirada de su gente, el vestigio de la otra historia del Nuevo Santander, del Tamaholipa del siglo XVI que se proyecta en el devenir de los 400 años y que conserva la textura en sus calles, sus edificios, su entorno árido y seco, matizan el remanso del soplido del cerro del aire.

Su clima templado que se resista a la llega de la Quinta Era de la Hermana Tierra, se imponen ante los incesantes rayos de Astro Rey derivado de los que algunos han denominado el cambio climático. Que más ha favorecido las practicas de dominio de los pueblos y países poderosos del universo.

Su historia invoca los tiempos idos de las haciendas, el esplendor del porfiriato, las luchas de los nativos para no ser dominados por una colonización nociva que arrollaba su lengua, sus orígenes, sus prácticas alimentarias para dar cauce al mestizaje.

Tula sigue siendo el sitio donde se entrelaza lo nuevo con lo antiguo, de donde emana la crónica del Antiguo Tamaulipas y se engarza con las practicas y los gustos de la generaciones comtemporaneas. Funde la talla de lechuguilla con los billetes verdes resultado del esfuerzo laboral de sus hombres, que cruzaron el Río Bravo en busca de prosperidad.

Por sus calles empedradas ya no se oyen las carretas, los huayines o carretones tirados por bestias mulares, caballares o bueyes manzos. Son ocupadas por vehículos de fuerza motriz con suspensiones alteradas, música norteña, sombreros de piel de conejo, palma y Palmira que invocan a los huastecos, cuya influencia se ha prolongado en los cuatro centenares de años.

Las campanas del Templo de San Antonio siguen sonando, llaman al ángelus, a la misa y al rosario. Los lugareños bajan de los poblados, caminan con la tez levantada por la plaza principal, en el mercado adquieren la comisaria, hacen el trueque de su cabritos, quesos, leguminosas, y pastos, por café, granos y cárnicos. El Aroyo Loco.

Las mujeres aclaman a su santo patronal, San Antonio de Padua que los varones llevan en hombros, por barrios y callejones. Los gritos de las mujeres sin marido aturden al contingente sanantoniano, en los barrios Cerro Aire, Las Piedras, La Mora, Alta Vista, Independencia, La Pila, El Xicote, Cantarranas, Devisadero, Las Tinajas y Charcos.

La fiesta ha comenzado desde el primero de junio y se prolongara hasta el 22 de julio. La Reyna será coronada el 7 de julio. Tocaran los huapangueros de Tamoanchan, la sinfónica de la secretaria de marina, el ballet folklórico internacional Iztlixochit de San Luis Potosí, el doctor Chessani y sus huapangueros de Río Verde San Luis Potosí, el conjunto típico tamaulipeco, la rondalla de profesores jubilados de Matamoros, la sinfónica de Reynosa.

Atrás quedaron los pleitos y rencillas de los lugareños, que cada lunes se tiroteaban en el templo, el mercado o la plaza principal. La civilidad reina entre sus habitantes serranos, rancheros y urbanos. Que han dado paso a la nueva era de la pacificación de esta entidad. En la tierra de Los Nahola.