Oscar es un hombre muy entusiasta, amante de lo deportes y mejor amigo de muchas personas, su carácter siempre afable, dicharachero y juguetón te atrae, de ahí que muchos lo frecuentan y lo estiman de verdad. Yo lo conozco desde la secundaria, ayer diría mi tío Tiótimo, cuando llegué procedente de Monterrey N.L., habiendo dejado a mis amigos en la metrópoli y temeroso, ingresé a la Escuela Secundaria Federalizada de nuestra amada ciudad Victoria. Mis queridas tías Raquel y Eunice Beltrán García, finas damas y muy queridas en la comunidad me presentaron ante el Profesor Eleazar Cervantes, quien fungía como director del plantel; como llegué unos días después de haber iniciado las clases y clasificaron mi inscripción como irregular a un grupo de tercer año. Recuerdo que el maestro Talo, con un gesto propio de rectitud acorde a su autoridad, me dio a entender, que mi ingreso a tan noble institución sería con carácter de temporal en caso de no apegarme a las normas de conducta establecidas y me exhortaba a guardar eterna gratitud a mis parientes quien habían avalado mi buen comportamiento en la institución de procedencia. Pues bien, me tocó en suerte un pupitre de la última fila del salón de clases lo que aumentó mi sentimiento de minusvalía generado previamente por mi calidad de irregular. Mis compañeros de clase esperaron con impaciencia la salida al recreo para interrogarme, querían saber todo sobre mi persona y el motivo de mi llegada, de inmediato me apodaron el fuereño; como se estilaba en aquel tiempo entre los estudiantes me “leyeron la cartilla” y me invitaron a seguir las otras reglas, las del grupo, las que incluían en primer término el “bautizo”, en el cual Oscar Dante Vázquez Berrones no participó, solo observó y después de la zarandeada y habiendo recuperado las prendas de las que me habían despojado, fue a consolarme con las siguientes palabras: _No te preocupes, son buena onda, pero es su manera de marcar su territorio, y en seguida me preguntó de dónde venía, y al saber que procedía de la Sultana del Norte, pareció tenderse un puente de empatía en forma inmediata, pues él tenía familiares en aquella ciudad y los visitaba con frecuencia. Después de muchos encuentros nos hicimos buenos amigos y me preguntó si tenía bicicleta, le comenté que no, pero había encontrado un cuadro de bici en un cuarto de triques de mi abuelo Felipe Beltrán Gracia dueño de la conocida Botica Francia, ubicada en el 8 Matamoros y Guerrero, y le comente además que ya estaba juntando dinero para armar la bicicleta, me llevó un par de meses y cuando estuvo lista la pinté de dos colores y luego invité a Oscar a bautizarla, le dimos en nombre de “La coralillo” En dicho vehículo recorrimos un sinfín de kilómetros y visitamos todos los rincones de Cd. Victoria, al ingresar a la Universidad regalé la bicicleta y desde entonces pasaron 40 años sin pedalear. Ayer me habló mi estimado amigo Oscar para comunicarme que le regalaron una bicicleta y para invitarme a que adquiriera una y aunque vivimos en ciudades diferentes, emprendiéramos el rodamiento en dos ruedas, pero aclaró, que era necesario empezar de cero, porque ahora teme, que de hacer las locuras de antaño podría quedarse sin dientes.
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