Página tomada del libro de mi vida.
Cada día que vivo, estoy más agradecido con Dios por contemplarme dentro de sus planes, sin duda, escribir siempre fue lo mío, más he de reconocer, que jamás he tenido la pretensión de ser distinguido como tal, porque la simpleza de mis narraciones, sólo puede inspirar y sorprender a todos aquellos que como yo, reconocen que lo más valioso en la vida, se sitúa en tener plena conciencia para disfrutar cada instante del tiempo que se nos concedió; no hay momentos buenos, ni malos, sólo hay momentos y todos son una oportunidad para encontrarse con la sabiduría y ella nos llevará de la mano a encontrarnos con la felicidad.
Hace dos días, recibí una llamada de mi hija María Elena para invitarnos a Tamatán, pues llevaría a nuestros nietos María José y José Manuel y querían vernos, que por cierto, por motivos de la pandemia sólo vemos en el habitáculo del auto de sus padres y muy ocasionalmente fuera de ellos, cuando por unos instantes bajan de los mismos por algún motivo muy especial y guardando la sana distancia, así es que evitamos el contacto físico, lo que me ha ganado el reproche de mi esposa, porque constantemente le observo las medidas sanitarias de prevención, pero a pesar de mi vigilancia, nuestra nieta María en el primer descuido de mi parte corre y abraza a su abuela de tal manera que pareciera fusionarse a su cuerpo, en cambio, José Manuel, respeta las reglas y siempre se disculpa diciendo: Lo siento estamos en pandemia o todavía hay coronavirus. Pero regresando al encuentro en el Zoológico de Tamatán, los encontramos cuando llevaban medio recorrido y cuando nos vieron ambos corrieron para llegar a nosotros, María abrazó a su abuela, pero José se detuvo a dos metros, se me quedó mirando esperando mi aprobación, pero no detectó ninguna señal corporal favorable, por lo que desistió por el momento, pero al llegar a una pequeña explanada ya no pudo más y me extendió los brazos, se podía ver a través de sus enormes y bellos ojos una mirada que provenía desde su corazón, por lo que extendí mis brazos y le dije: Toma mis manos, te daré un volantín.
Mi nieto se agarró fuertemente a mis manos y le da unas dos vueltas, pero, al detenerme, me pidió le diera otras tantas vueltas, y al término de las mismas le pregunté: ¿Te gustó el volantín? Y el niño dijo: Este ha sido el mejor volantín que me han dado. Y feliz empezó a correr por el área. La madre del niño de acercó presurosa a mí y me dijo: Papá, muéstrame la palma de tus manos para ponerte gel y yo dócilmente accedí como si fuera un niño.
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