Iba conduciendo por la carretera rumbo al rancho “El Olvido”, pensativo, mas no distraído, me reprochaba el hecho de no haber acudido a visitar a mi tío Tiótimo en varios meses, con motivo de la pandemia; miedo, precaución, o sólo apego a los lineamientos preventivos, emitidos por la Secretaría de Salud, de hecho, estos serían unos pretextos más que justificados, para disculparme con el pariente por mi larga ausencia, pero conociendo al tío, dudaba en que lo pudiera hacer, y más, porque de hecho, soy el único pariente que lo visita; no niego que al principio lo hacía para cumplir con la encomienda que me dejara mi padre antes de morir, y que consistía, en que no abandonara al tío, por ser de nuestra sangre, y además por estar muy solo, y me insistía en el hecho de que estar cerca del pariente, me acarrearía muchos beneficios, pues en verdad, es un hombre adelantado a su tiempo, con mucha sabiduría adquirida por su vasta experiencia en múltiples aspectos de la vida; un hombre, cuyo poder reside en su sorprendente y fantástica capacidad de viajar al pasado, vivir a plenitud el presente y tener la visión de ver el futuro; y efectivamente, el tío resultó ser eso y más, de ahí que mis visitas nunca se han significado por ser obligatorias, pues siempre he disfrutado de su compañía y me he enriquecido con sus consejos. Pues bien, cuando por fin llegué al rancho, y me paré frente a él guardando la sana distancia, portando el cubrebocas de tres capas, con las manos entrelazadas en la espalda, atuendo que le causó risa al tío, quien de inmediato dijo: Ven acá sobrino, pareces un chamaco regañado; antes de otra cosa le pedí disculpas por mi larga ausencia y al tratar de justificarme, me interrumpió diciendo que agradecía el hecho que no lo hubiera visitado durante los momentos de mayor impacto de la pandemia y me pidió me sentara en una de las cabeceras de la mesa, y ocupando él la contraria, dio inicio el dialogo al estilo campirano, platicando la situación del clima, las lluvias y el gran beneficio que habían traído al campo, mas a mí me interesaba, me diera su opinión sobre la pandemia, por lo que aproveché el momento cuando se paró para ir a la estufa, en la que se encontraba una olla donde se podía apreciar en la distancia, el vapor que emanaba aquella infusión aromática, y sin más, sirvió dos pequeños jarros con café, esperé a que le diera un sorbo y pude apreciar cómo lo disfrutaba, entonces pensé que sería este el mejor momento para encontrar respuesta a mi pregunta, sobre el tema que me inquietaba: Tío ¿cuándo iremos a volver a la normalidad? ¿A qué normalidad te refieres? A la que teníamos antes de que iniciara la pandemia, el pariente con cara de asombro me contestó: Pero sobrino ¿a qué le llamas normalidad? ¿Te parece que vivíamos en la normalidad cuando se suscitaban tantos hechos lamentables, que casi terminan con la vida en nuestro planeta? No quiero pensar que no has oído de situaciones tan delicadas como el cambio climático, consecuencia de todos nuestros desórdenes, de nuestros malos hábitos, que fueron contaminando, nuestro aire, la tierra y los mares, ¿te parece eso normal? Y qué me dices del irresponsable crecimiento poblacional, la inseguridad, el daño que le hemos hecho al campo, podría seguir enumerándote aspectos de esa normalidad a la que estabas acostumbrado; pero no sólo el planeta está sufriendo los efectos de nuestra irresponsabilidad, ¿qué me dices de la degeneración que está sufriendo nuestra raza, esa terrible metamorfosis con subdivisiones que sólo demuestran la decadencia de valores y la falta de respeto y amor por la vida? Mientras el pariente enumeraba las causas y los efectos señalados, no podía ni pasar saliva, me hacía sentir parte de esa transición catastrófica, por lo que lo interrumpí diciéndole: Tío, pero no todos somos culpables de lo que está pasando. Molesto, el pariente repuso: ¡Claro que lo somos!, también se peca por omisión. Qué dices tú, si yo no soy partícipe de todas esas malas prácticas, ¿por qué habré de preocuparme? Simple y sencillamente, porque somos parte de un todo, de una sociedad que ha permitido que ocurran todos estos desastres, en la idea de que cada quien puede hacer lo que le venga en gana y más, aquellos que dándoles el poder para administrar y conducir los destinos de las sociedades, sólo han pensado en su interés muy particular y de grupo; no te extrañe que esos mismo grupos estén diseñando estrategias como la pandemia para tratar de salvar lo que queda del planeta y no les importa el costo.
Vi demasiado agitado al tío y en verdad, me dio temor de que le ocurriera algún malestar más serio que su coraje, así es que le dije: Vamos tío, usted esté tranquilo, mire, toda la vida ha vivido en esto que llama el paraíso y no le llegan los estragos de esas malas prácticas hasta su rancho, dele un sorbo más a su café y cambiemos de tema. Parecía que el pariente me hacía caso, pues se sentó de nuevo, le dio el sorbo de café a su tarro y luego dijo: ¿A qué le temes más, al Coronavirus o al despertar de esa modorra que te sume en el conformismo? Haces bien en no quitarte el cubrebocas, pero si quieres volver a visitarme y no contagiarte de lo que yo predico, ponte un par de tapones en los oídos y sigue moviendo la cabeza como esos monos que ponen en la parte delantera de los autos, detrás del parabrisas. Y con eso dio por terminado nuestro diálogo, no sin antes prometerle al tío, que en adelante, haría la parte que me toca, para conservar la vida en el planeta, para defender los valores, y vivir una vida plena.

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