En el ritmo de la Liturgia de la Iglesia Católica hoy se termina el tiempo pascual con la fiesta de
Pentecostés.

Para los judíos, Pentecostés era, en primer lugar, una fiesta agrícola que cerraba el tiempo de la cosecha del
trigo y anticipa el momento de la gran cosecha del otoño (Lev 23, 15 – 17). En la fe cristiana, Pentecostés es
la fiesta que cierra el Tiempo Pascual y anticipa la venida del Señor en su gloria.

En la fe judía, esta fiesta evocaba también don de la Ley y la alianza pactada por Dios en el Sinaí. Se incluye
ahí una doble esperanza: que esa Ley pueda ser dada un día a todas las naciones, y que pueda llevarse a cabo
la Nueva Alianza, en la que el Espíritu Santo tiene un papel esencial. Para la fe cristiana, Pentecostés es el
cumplimiento de todo eso: se celebra el don del Espíritu Santo, hecho visible en forma de lenguas de fuego,
que capacita a los discípulos para anunciar el Evangelio a todos los pueblos. La celebración está orientada
también hacia el futuro: hacia el momento en el que todas las naciones podrán celebrar la Fiesta de las
Tiendas en la Jerusalén celestial, que traerá consigo el Señor Jesús en su retorno glorioso.

En la segunda lectura de este domingo, Rom 8, 8 -17, san Pablo es el ser humano unido a Cristo, el Espíritu
Santo, que es el principio de vida, sustituye al “cuerpo”, que es principio de muerte. Esta antítesis paulina no
hay que entenderla como si se refiriera a la distinción entre el alma y cuerpo del ser humano. Para él el
“cuerpo” significa la persona cerrada en sí misma, en su egocentrismo. En cambio el que ha sido bautizado
en Cristo ha recibido el Espíritu Santo y está abierto a Dios y al prójimo, en la caridad por gracia de Cristo.

En el texto evangélico de este domingo, Jn 14, 15 – 16. 23 – 26, Jesús habla del Espíritu Santo en un
contexto de despedida de sus discípulos. Llama al Espíritu Santo “otro paráclito”, o sea, “otro consolador”,
porque el primero es el mismo Jesús. Se dice, además, que el Espíritu Santo no se le da al mundo, sino sólo a
los discípulos, a quienes responden con amor al amor del Padre: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi
Padre lo amará y vendremos a él”. El que ama a Jesús será amado por el Padre, y éste enviará al Espíritu
Santo, que será para la Iglesia y para el creyente el impulso dinámico que hace viva y siempre actual la
interpretación de la palabra revelada.

Se puede orar con las palabras de la oración de la misa: “Dios nuestro, que por el misterio de la festividad de
Pentecostés que hoy celebramos santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, concede al mundo
entero los dones del Espíritu Santo y continúa obrando en el corazón de tus fieles las maravillas que te
dignaste realizar en los comienzos de la predicación evangélica”.

Que el Espíritu Santo inundo con su paz y su alegría a todos ustedes.