Yo viví mi tiempo hasta la edad de los quince años, y si bien al inicio de mi desarrollo, por cuestión natural fui dependiente de mi madre, después, por mi falta de madurez y la necesidad de encontrarme a mí mismo, me propuse a ejercer la interdependencia, entendiendo con ello el interactuar con mis iguales, haciendo uso de una dependencia lo más responsable posible para compartir nuestras experiencias, pero me percaté de que no es fácil salir de los baches emocionales, de ahí que regresé a ser dependiente emocionalmente de una mujer, tal vez buscando con ello el sentirme estable y seguro, más en la búsqueda egoísta de mi estabilidad, perdí la noción del respeto del tiempo de mi pareja, quien afortunadamente siempre ha estado muy consciente del valor de su tiempo, por lo que no permitió que rebasara los límites de la tolerancia y haciendo una pausa, hizo que mi tiempo y el suyo se compartieran de una manera equitativa, y al llegar nuestra descendencia, el tiempo dejó de ser equilibradamente nuestro, para vivir al ritmo que marcara el tiempo de nuestros hijos, y pensando que este tiempo sería temporal, pues al llegar a la adultez, nuestra descendencia iría a compartir su tiempo con sus respectivas parejas y después con su descendencia, noté que esa temporalidad no tenía validez para mi cónyuge, pues su naturaleza como madre le exige, no solamente compartir su tiempo, mi tiempo y nuestro tiempo, con los hijos que ven tan natural la dilución del tiempo que cada quien debe dedicarse a sí mismo y a su pareja, y de manera subliminal, dejan entrever, que la dependencia de los hijos hacia los padres nunca termina, y cuando los padres se vuelvan dependientes por discapacidad, ellos tendrán que compartir su tiempo con sus ancianos padres, esto, si los principios morales permanecen intactos generacionalmente.

Si resulta cierto que el tiempo es lo más valioso que tiene el ser humano, también lo es el hecho de que vivir con la calidad de vida que se anhela, resulta ser una utopía; de ahí, que la felicidad suele ser sólo momentos de ese tiempo, los menos diría yo, sobre todo, actualmente cuando se vive con tantos sobresaltos, por la descomposición social, porque es un hecho que los valores positivos, desafortunadamente están siendo obsoletos e inadecuados para establecer una supuesta buena conexión con los que presumen estar al día con los cambios generacionales marcados por el sistema consumista y deshumanizado que se empeña en hacer ver a nuestras funciones cerebrales como innecesarias por existir  sistemas mecanizados o automatizados más eficientes.

“Solo dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo” (Albert Einstein)

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