Un día, cerré los ojos pensando que al abrirlos, la línea que traza mi destino, de ser continua, seguiría su curso infinitamente, el término senectud no había sido inscrito en el diario de mi vida, mucho menos, cuando siempre se le ha dejado al espíritu ser el guía, por ello, la edad sólo se utiliza como una medida del tiempo que nos va señalando las diferentes etapas del desarrollo del vehículo que transporta nuestra esencia divina, el cual fue diseñado con tal precisión y dotado de elementos tan especiales, que resistiría cualquier evento que se situara en el exterior, pero no así del interior, cuya autonomía le permite maniobrar con toda oportunidad para poner a salvo su integridad etérea.

Un día, cerré los ojos, y al abrirlos me di cuenta, de que había dado un gran salto en el tiempo, un sabio me dijo que esto se debía a que se puede viajar con mayor velocidad con el pensamiento, pero que el tiempo sobre la materia igual dejaba su huella en el vehículo, que si bien es cierto, que por ello se tenga conciencia de las fallas de los sistemas, los aparatos, de las mismas unidades celulares, el espíritu se mantenía sin cambios, de ahí la apreciación virtual de que el espíritu no envejece.

Si eres consciente de la importancia del espíritu, no le pondrás atención a las fallas materiales, a menos que éstas sean de tal consideración, que puedan agrietar el vehículo, y entonces, para no poner en riesgo a la esencia divina, se puede dar un salto en el espacio y el tiempo, de tal manera, que se acelere la distancia entre el principio y el fin,  y se llegue a la verdad, de que el fin del vehículo suele ser el principio de la eternidad.

Hay saltos pequeños, que nos alertan sobre la vulnerabilidad del vehículo, la mayoría de ellos, se originan como consecuencia de nuestra inestabilidad emocional, sobre todo, en espacios y tiempos en los que se requiere demostrar la fortaleza del espíritu. Un espíritu valiente no permitirá que las circunstancias externas afecten nuestras emociones, mantendrá la estabilidad de nuestros sentimientos, para que no existan quebrantos que puedan romper la armonía, y con ello la paz interior de la cual se nutre el espíritu.

 

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