José Manuel, nuestro nieto de 4 años de edad, me miraba de una manera insistente, cada vez que nos encontrábamos en la distancia, en esa mirada, se podía adivinar una mezcla de incertidumbre, temor y desconfianza, todo ello se justificaba por el hecho de no podernos tocar, abrazar y besar desde hace un año con motivo de la pandemia de Covid-19. Sus padres habían insistido en el hecho de que el niño no debería de acercarse a sus abuelos y le explicaron ampliamente el motivo, de ahí que estuviera muy consciente de las medidas para evitar cualquier posibilidad de contraer o contagiar el virus en caso de ser portador asintomático.
Ayer, María Elena y yo nos desplazábamos en el auto por una avenida de la ciudad, cuando el vehículo sufrió una falla importante y se apagó el motor en un estacionamiento de una empresa, e inmediatamente la avisamos a uno de nuestros hijos, quien se comunicó con un mecánico que quedó de atender el llamado en una hora aproximadamente, pero el calor era intenso y una de mis hijas y su esposo llegaron en nuestro auxilio, mi yerno nos invito a subir a su auto y él se ofreció a conducir el mío para valorar la falla; en el momento en que subí, donde por cierto iban mis nietos José Manuel y María José, el niño empezó a brincar de gusto, diciéndole a los demás que iban en el auto que me observaran; por el camino el niño me dio toda su atención y la felicidad iba reflejada en su rostro; en ese momento me puse a pensar qué difícil ha de ser para los niños el tener que reprimir sus emociones ante una eventualidad tan temida como lo es por la que atravesamos, de hecho María José no pudo contenerse y abrazó a su abuela de una manera tan amorosa que pude notar cómo a María Elena se le salían discretamente un par de lágrimas que no pude saber si eran de felicidad o de dolor.
El día siguiente observé un cambio significativo en María Elena, como por arte de magia desapareció un dolor que la tenía postrada, le mejoró el apetito y durmió mejor que nunca, lo que me hizo pensar que por el momento, su depresión había mejorado, gracias al regalo del cielo que recibimos; el amor siempre es la mejor medicina para todos nuestros males.
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